Por Dr. Stephen D. Morris. Publicado en La Silla Rota.

Empiezo aceptando el simple hecho que México tuvo una democracia antes de la elección de 2018. Pero a pesar de esto, el voto abrumador a favor de López Obrador y Morena, y el rechazo contundente a los partidos tradicionales del PRI, PAN y PRD, mostraron claramente una gran insatisfacción popular con la situación que prevalecía con aquella democracia.

Los resultados electorales de 2018 sugieren que la democracia en ese momento no estaba funcionando adecuadamente para satisfacer las demandas de la gente. Por supuesto, no votaron en contra de la democracia, sino por un cambio. Un cambio que priorizaría a los más necesitados y no la élite política y económica de siempre.  

Tres años después, estamos frente a una elección claramente plebiscitaria. Aunque el nombre del presidente no aparecerá en la boleta, él domina la coyuntura electoral. Donde la cuestión para el votante es simple: a favor del cambio que representa AMLO y su coalición o en contra de este cambio.   

El contexto plebiscitario y polarizado de la elección se debe en gran parte a la oposición. Ahora en una coalición de los partidos que competían en el pasado (PRI-PAN-PRD), “Va por México”; queda claro que su misión es simplemente frenar a AMLO. Movilizando una narrativa de miedo, prometen crear un contrapeso contra lo que ellos describen como una concentración del poder, el regreso al presidencialismo autoritario (de ellos), y el uso del aparato gubernamental para perseguir a la oposición por corrupción.

Con sus intereses amenazados, los partidos de siempre están uniendo sus esfuerzos para detener el cambio bajo la vieja lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo.” Por eso, según su campaña, ellos (ahora) son los demócratas y su preocupación es nada menos que el futuro de la democracia mexicana. Admiten (y se burlan) que no saben exactamente que es la 4T, solo que están en contra de ello.

Por supuesto, los partidos de oposición no están solos a la hora de resistir el cambio propuesto por el presidente. Como sabemos, muchas de las instituciones y poderes del estado también están empleando sus facultades para resistir y obstaculizar los cambios de la denominada 4T: donde cada día el presidente muestra su frustración con los jueces por bloquear sus reformas o los órganos autónomos que ponen obstáculos a sus actos. Parece que contrapesos institucionales si hay.

Desde el punto de vista del presidente, la oposición (dentro de los partidos y algunas instituciones) representa: i) los responsables, arquitectos y beneficiarios del estatus quo que la gente rechazó en 2018; y/o ii) los corruptos que quieren proteger sus privilegios del sistema anterior. Este incluye el neoliberalismo, el clientelismo corporativo y la corrupción estructural del régimen anterior.

Ahí está el dilema. La coalición PRI-PAN-PRD quiere que voten por “salvar la democracia” – pero se refiere a una democracia que fue rechazada en 2018. El voto de aquella elección mostró que no todo estaba bien con ese sistema democrático. Dicen que “Va por México,” pero el México del pre-2018. En contraste, AMLO y su coalición quieren que voten por el cambio, lo cual incluye reformas a las instituciones del pluralismo y la democracia para quitar las resistencias al cambio.

En el fondo, la democracia tiende a proteger el estatus quo y, así, hacer difícil los cambios sociales. La democracia divide el poder y por eso requiere compromisos y acuerdos entre la élite, los poderes fácticos del pasado y los nuevos poderes de hoy. La democracia requiere que las demandas populares se negocian con la élite fuertemente arraigada al poder, en las instituciones de contrapeso, y en las instituciones formadas bajo una ecuación de poderes distinta.

Aunque todos estamos de acuerdo con la democracia por las libertades, la rendición de cuentas, etc., queda claro que la democracia no facilita los cambios. Ahora, en este proceso electoral 2021 el ambiente está polarizado en dos polos: un promete el cambio (4T) (dentro de la democracia), y el otro promete salvar la democracia simplemente por frenar a AMLO quien, según ellos, es un peligro para la democracia. Sin recordar que su democracia mexicana (PAN, 2000-2012; PRI 2012-2018), no funcionó: al menos según los votantes del 2018, por lo que únicamente alientan al voto para retornar al periodo de antes, cuando esos partidos estaban más satisfechos con el sistema que el pueblo.

No cabe duda que 2021 es una elección histórica; pero es lo que decimos de todas las elecciones. La situación tan polarizada sugiere que esta vez su voto tiene un peso mayor para salvar o destruir a México: que la democracia y el futuro de la nación están en el balance. Pero así es la retórica política de siempre. A pesar del resultado del día 6, seguirá la polarización, el enfrentamiento entre AMLO y la oposición, las descalificaciones mutuas, y la batalla entre los que promueven el cambio y los que quieren frenarlo y regresar al sistema pre-2018. Y ningún lado ganará todo. Habrá cambios y obstáculos, y, como siempre, cierta dosis de gatopardismo.

Dr. Stephen D. Morris

Investigador y Coordinador del Laboratorio de Documentación y Análisis de la Corrupción y Transparencia, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM; Profesor titular en el Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en Middle Tennessee State University; non-resident scholar del Mexico Institute, Baker Center, Rice University y miembro de Integridad Ciudadana A.C.

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