Por Iván Arrazola Cortés. Publicado en Etcétera.

La posibilidad de generar una nueva era en la historia del presidencialismo mexicano con la llegada de López Obrador al poder, parecía avizorar un verdadero cambio de régimen como lo prometió durante su campaña. La conversión de Los Pinos en museo, la venta del avión presidencial, los viajes en líneas comerciales, daban la apariencia de que este cambio más que simple alternancia se trataba de un cambio de época.

Pronto quedó claro que ese cambio en las formas de ejercer el presidencialismo quedaría más en el discurso que en la práctica, prueba de esto son los eventos que se dieron en la ceremonia por el 106 aniversario de la Constitución. El vocero de la presidencia Jesús Ramírez Cuevas exhibió a la ministra Norma Piña por no respetar el “protocolo de la ceremonia”. El vocero se sintió ofendido porque una de las representantes de los tres poderes no se levantó a aplaudir al presidente.

El mandatario acostumbrado a los públicos a modo, en las mañaneras donde habla y dice lo que quiere sin tener una interlocución real, acostumbrado a las giras en donde es aclamado por el público que acude a sus eventos, o en las marchas a las que convoca para rendir culto a su imagen, lo que queda claro es que el presidente está acostumbro a ser el centro de atención y al aplauso, cualquier intento de reclamo o protesta puede ser considerado un acto para desestabilizar a su gobierno o una estrategia de los conservadores.

La ministra que no se sujetó al culto al líder más que a un protocolo, mereció inclusive sarcasmo por parte del presidente que, al ser cuestionado sobre el hecho, no ocultó su molestia y mencionó “me llena de orgullo que la ministra no se levantara”, inclusive López Obrador intentó dar una explicación sobre el porqué la ministra no se levantó a aplaudirle “yo creo que porque estaba cansada”, todas estas palabras del presidente no hicieron más que abonar al linchamiento sobre la ministra que ya había iniciado el vocero presidencial en redes sociales horas antes.

Y aprovechó el presidente para señalar que este es un ejemplo de independencia judicial “pero me dio muchísimo gusto porque eso no se veía antes, los ministros de la Corte eran empleados del Presidente”, pero el supuesto cambio que presume el presidente es más en el discurso que en los hechos. Si de formas se trata, lo que no se había visto en otros momentos de la historia reciente es la descortesía hacia los otros dos poderes, sentando lo más alejado posible a la presidenta de la Corte y al presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel, del presidente de la República.

Estos desplantes en realidad no son nuevos, el presidente sistemáticamente se niega a dialogar con la oposición, cuando la senadora panista Xochitl Galvéz solicitó derecho de réplica en sus conferencias mañaneras, el presidente se negó argumentando que ella no le tiene amor al pueblo, que acudiera algún medio como Reforma o con López-Dóriga, que use otras tribunas y que vaya a engañar a otra parte, de esa manera se justifica un presidente que utiliza los medios de comunicación públicos y los recursos del erario para decir lo que quiera en su espacio de las mañaneras, y decidir a quién convoca y a quién no. De ese tamaño es el despotismo de un gobernante que se niega debatir, a contrastar ideas, está acostumbrado a su monologo de todos los días, a imponer o salirse por la tangente con su tristemente frase célebre “yo tengo otros datos”.

Pero el presidente que dice que él y el pueblo siempre estarán juntos, no parece acompañarlos siempre, de los colectivos que han sufrido violencia, el presidente dice que no dialoga con ellos porque hay que cuidar la investidura, no le gusta hacer un show, un espectáculo, no le gusta ese manejo propagandístico. También están los colectivos de feministas, a lo que acusó de “conservadoras”, y que solo buscan “afectarnos a nosotros”. Es claro que para el presidente la única manifestación legitima es la que muestra apoyo a su causa, la que le rinde pleitesía, la que grita a los cuatro vientos “es un honor estar con Obrador”.

Este supuesto cambio de formas en el que un poder ya no se somete a otro es en realidad simulación, la aparente independencia de los poderes en realidad solo está presente en el discurso del presidente, las señales son claras, utiliza sus mayorías en el congreso para imponer, como lo ha hecho con el Plan B, no dialoga ni acuerda como lo pretende hacer con la selección de los consejeros del INE, intentó prolongar la presidencia de Arturo Zaldívar al ver en él a uno de los ministros que apoyan la transformación. Cuando los poderes no están sometidos a su autoridad el presidente los exhibe, los señala, lo único que ha cambiado durante su gestión es que ahora el presidente cuenta con su propio show para contar su verdad y desde ese espacio someter a los demás poderes.

 Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana. @ivarrcor