Por Iván Arrazola. Publicado en ContraRéplica.
El 20 de enero de 2025, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva que suspende por 90 días la mayoría de los programas de ayuda exterior, con el objetivo de revisar su alineación con la política de «Estados Unidos primero». Esta medida ha sido aplaudida por algunos, mientras que otros expresan preocupación por las consecuencias que tendrá para quienes dependen de dicha asistencia.
La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) fue establecida en 1961 por el presidente John F. Kennedy con el propósito de contrarrestar la influencia de la Unión Soviética en los países en desarrollo.
Su objetivo declarado era promover el desarrollo social y económico a nivel global. Durante mucho tiempo, Estados Unidos desempeñó un papel polémico como «policía del mundo»; sin embargo, también se convirtió en un pilar fundamental al apoyar temas como los derechos humanos, desarrollo económico, rendición de cuentas y democracia. Esta labor fue especialmente sustantiva en aquellos países que, debido a sus características, no podían desempeñar estas funciones por sí mismos.
Según la administración Trump, esta medida busca reducir el gasto gubernamental y optimizar la eficiencia administrativa. Sin embargo, la suspensión de la ayuda exterior podría tener consecuencias significativas para las poblaciones que dependen de esta asistencia.
A lo largo de la historia, la cooperación internacional ha funcionado como un mecanismo compensatorio, no solo para mitigar los efectos del intervencionismo de las grandes potencias, sino también para consolidar compromisos entre naciones en torno a principios fundamentales como el desarrollo, los derechos humanos, la transparencia y la democracia. La interrupción de esta ayuda pone en riesgo estos logros y plantea desafíos para el mantenimiento de estos valores compartidos.
Tampoco se puede ignorar que este mecanismo no ha sido desinteresado. La ayuda brindada por Estados Unidos ha servido para promover sus propios intereses nacionales, expandir mercados con los cuales pueda comerciar y, al mismo tiempo, fortalecer la estabilidad en diversos países, lo que ha contribuido a frenar la migración global.
Este apoyo ha llegado a su fin en un momento delicado, ya que muchos países enfrentan graves problemas, no solo por las violaciones a los derechos humanos cometidas por sus gobiernos, sino también por los temores ante el cambio climático, que ya está provocando un aumento en el número de desplazados.
A esto se suman las crisis políticas y sociales que obligan a cientos de miles de personas a huir de sus países, quienes, conscientes de que sus vidas están en riesgo, deciden quedarse en sus lugares de origen. En este contexto, Estados Unidos parece volverse hacia sus propios asuntos, sin asumir la responsabilidad de la estabilidad política en los países de Occidente.
Las consecuencias de estas decisiones son evidentes. Es probable que, en los próximos años, China asuma el papel de proveedor de ayuda, pero con un modelo basado más en préstamos que en asistencia directa, donde la promoción de los derechos humanos no necesariamente será la prioridad.
La historia nos ha demostrado que un sistema internacional atomizado y fragmentado, donde cada nación prioriza únicamente sus propios intereses, crea el escenario perfecto para que los autócratas impongan su voluntad, sometan a sus pueblos y abandonen sus compromisos internacionales. El retiro de Estados Unidos de acuerdos globales y la reducción de su apoyo a los países en desarrollo podrían marcar el inicio de una etapa oscura para la humanidad.

Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A. C @ivarrcor @integridad_AC