Por Jorge Manriquez Centeno
Zona Rosa
Hace muchos años — quizás eternos porque no los dimensioné en su momento— iba a menudo a un bar situado en contra esquina del restaurant “Angus”, de la Zona Rosa del Distrito Federal, y me deleitaba escuchar las interpretaciones de quien quisiera tomar el micrófono y entonar generalmente tangos.
Debe decirse que el gusto por la música lo adquirí de mi madre, cuyo mundo giraba en torno al “swing”, así como otros ritmos, entre ellos, el tango. Y, obvio, cuando escucho “In the mood”, “Sing, sing, sing”, te veo y bailamos, madre, y en el “El último rodeo”, melodía interpretada por Cliffie Stone, el mundo empieza a girar, girar, y me das vueltas y vueltas, y quisiera quedarme en este flashback: sólo me quedan estos momentos para observarte y escuchar tu risa, tus ganas de vivir y de luchar por la vida: “No tenemos nada, pero nos tenemos a nosotros, somos un mundo, Tote, hijo, sigue adelante, y, anda, bailemos ahora, ´Take the a train´”, y ahí estamos bailando, y de ahí seguimos con Carlos Gardel, otro ritmo, pausas, y es “Por una cabeza”, y, cuando llegamos a “Volver”, sé que nunca más te volveré a ver: cierto, es un soplo la vida.
Con esos ecos, por aquellos fines de semana, generalmente sábados —no sé cuántos, escudriño y escudriño el cielo y no aparecen— me llamaba la atención una persona muy parecida a Edmundo Rivero, y ahora que estoy recordando esos momentos, estoy escuchando “Ladrillo”, luego “Volver”, y estoy viendo que, al terminar esta melodía, está exhausto. Deja el micrófono y se dirige a donde estoy. Jala una silla e impertinentemente se sienta a mi lado, incomodando con su codo a una persona. Me imagino que lo conoce, dado que el desplazado mueve a otro sitio su silla para evitar cualquier altercado. Como decimos los chilangos: no la hace de tos. No lo conocía, pero como si fuéramos amigos de hace tiempo, empezó a platicar conmigo, señalándome que le llamó mucho la atención que estuviera escribiendo: “Me imagino que poesía, ¿verdad?” Y pareciera que mi afirmación le diera cuerda para platicar largo y tendido. Ese fue el encuentro inicial de algunos que sostuvimos en ese singular lugar.
(Debo mencionar que la literatura, con sus múltiples derivaciones, ha estado presente en gran parte de mi vida. Por ahí, escribí: “Momentos de mi vida. Todo tiene un momento, como cuando leía a los existencialistas y sentía que la vida era una mierda dado que eso sentía por aquel entonces. En otros, la vida fue maravillosa por las lecturas de mi madre, donde creí ir a buscarla de Los Apeninos a los Andes… En una etapa diferente, las lecturas de las obras de los “poetas malditos” abrieron una larga brecha que aún está ahí, a la espera de ser cerrada o seguir escarbando para que salga agua o encuentre solamente piedras.” Aquellos poemas o líneas arrugadas por el tiempo, generalmente escritos en hojas sueltas o servilletas, aún están en los bolsillos de aquel pantalón de mezclilla, pero esculco y esculco y sólo encuentro piedras y, cuando bien me va, canicas.)
Me imagino que los que llegaban a ese bar eran conocidos, porque se saludaban como si tuvieran amistad y se mandaban saludos cuando tomaban el micrófono para entonar alguna melodía, aunque justo es decir que, por aquellos años ochenta, en las cantinas y bares, el ambiente era como estar en familia o en un “carrusel”, donde podías estar dando vueltas y vueltas e ir saludando a los cuates o a quien se te pegara la gana; obvio, había sus altercados generados por los “mala copa” que siempre han existido y existirán, pero que pasaban inadvertidos, o cuyos gritos y discusiones, generalmente, se quedaban en las mesas respectivas. También había quien le mandara la ronda al cantante en turno, quien, agradecido, alzaba la copa, decía “Salud” y, entre esos largos sorbos, la música se iba enalteciendo.
De inmediato, el mesero le acercaba una copa, a la cual le daba algunos sorbos y, ya repuesto, empezaba a platicar conmigo. Hablaba en un argentino muy caudaloso sobre la pampa, milongas y sobre los libros de Jorge Luis Borges, a quien llamaba “amigo Borges”.
Esas pláticas están por ahí, en algún lugar de la memoria. Espero que emerjan por entero alguna vez, y con esas melodías volverlas a disfrutar, pero por el momento me conformo con estas imágenes difusas, algunos segmentos de esas conversaciones y esa música fascinante que escucho para que el sol no decline y la puerta no se cierre por completo.
(Anda, ven, deja de poner el pie para que la abra por completo, o has a un lado ese ladrillo. Los ladrillos sueltos, poco a poco, sirven para reconstruir la memoria.)
En aquel bar, la barra se formaba con la “cola” de un inmenso piano, de donde surgía el acompañamiento de la melodía respectiva. Esas imágenes son prodigas de desdichas, dado que por esos años había muerto mi hermana Lupe e iba ahí para recordarla con ese “Volver”, que tanto evocaba las palabras, los momentos que pude haber compartido con ella, pero que dejé ir, como muchas cosas. Me gusta estar solo cuando recuerdo momentos desdichados.
La vida es un sube-baja: cuando sube abanica el viento, pero cuando baja puedes perderte entre sus fisuras.
Mundo
Estás viendo a las personas detrás de la ventana, haciendo ligeramente a un lado la cortina, cuando debiste abrir la puerta, salir e ir a su encuentro, ahondar en sus preocupaciones, como con ese amigo, que a leguas se palpaba que traía una inmensa pena a cuestas, porque las penas se palpan. Son como las jorobas de los camellos que les permiten sobrevivir.
Es el caso de mí amigo, digámosle Mundo, dado que eso representaba para mí, sobre todo cuando cantaba genialmente “Volver”, tango que me arrastraba por todos lados. Y alguien que hable de Borges, lea los poemas de Borges, y platique anécdotas de Borges merece llamarse Mundo, que ni duda quepa, ya que, a partir de esas pláticas, me adentré en una pequeña parte del universo borgiano.
Es un cosmos esplendoroso, más que estoy acariciando el libro que contiene su obra poética, publicada por Emecé Editores y que desde esos lejanos años ochenta tengo a buen resguardo, dado que ha sobrevivido a los vientos huracanados de las mudanzas, y digo huracanados porque desde 1991 vivo en Chetumal, y hasta esta extraordinaria ciudad me ha acompañado ese libro, así como Ficciones, El Aleph, Otras inquisiciones, otros más que, hoy lo recuerdo claramente, fueron recomendados por Mundo, y los voy hojeando, y ese color pardusco, olor a oxidado, va recobrando su férrea complexión y olor cobrizo, y cuando voy releyendo El Aleph, ese color es reluciente cual metal pulido con “Brasso” y emana un aroma de café que recarga la memoria, y puedo escuchar la voz de mi amigo: “Che, Borges me decía que ‘Cada hombre es una multitud…’ Somos centenares de personas…, por eso me gusta cantar tango y vivirlo al máximo.” No recuerdo mi respuesta, sólo esas palabras.
Esas palabras estaban traspapeladas, pero van surgiendo al releer ese libro: recuerdo que el mesero me decía que mi amigo era un cantante famoso en su natal Argentina. Por eso en ese bar que nos reunía era apreciado y reconocían su talento, ya que cuando llegaba yo primero y lo veía entrar, el encargado cortésmente expresaba: “Es un honor contar con su presencia…”, y le decía su nombre, pero por más que estoy pinche que pinche la memoria, no logra emerger al menos su nombre. Debió haber sido un cantante de tango de renombre, no sé si realmente Edmundo Rivero, pero lo que sí es que, pasados los años, cuando veía una imagen de ese cantante o como hoy que estoy viendo una fotografía en la Internet, el parecido es inigualable, aunque las fechas no concuerdan.
(A ciencia cierta no lo sé. Otra cuestión peliaguda es que la memoria puede armar y desarmar las vivencias: das por hecho algunos acontecimientos, pero pudiera ser que se desarrollaron de otra forma. Cosa diferente es la perspectiva de las cosas: no hay negro o blanco, hay sus matices y todo, tarde que temprano, se lo lleva el carajo: en este momento estoy escuchando tangos, y estoy tratando de recordar y nada… Otra ronda de tangos que le solicito a Alexa, pequeño aparato-monstruo de la civilización del siglo XXI, al que le doy los buenos días y me dice: “Perdón, la función sonido ambiental buenos días ya no está disponible…” Le solicito música de rock de los sesenta, y me contesta: “Aquí tienes una estación para ti, rock de los sesenta en Amazon Músic”, y llego al extremo de cuestionarle “¿Por qué me siento tan mal?”, y Alexa me responde: “Lo siento mucho, tal vez quieras agendar una visita al médico para que te recete una medicina.”)
“¡Upss! Hasta este pequeño engendro me la hace de jamón”, pienso.
Por eso, salgo para ver el sol. Es un sol increíble. “¡Maravilloso!”, pienso, y las ramas de los árboles aletean poderosamente. Es un flashazo. La ves en el espejo. No te sonríe, y piensas: “De la reseca piedra no mana agua.”
“De la reseca piedra no mana agua”
(Traigo esa imagen ahora que escribo, y veo una piedra, la levanto, y observo el manantial: el agua fluye. Coloco la piedra. Silencio.)
En ese ambiente, que todos decían que era bohemio, pero que al día siguiente te puede generar crudas con profundísimas catacumbas, recuerdo que mi amigo Mundo muchas veces se la pasaba bien, dado que hablaba de su pampa querida y de un amor lejano, claro, porque estaba hasta Buenos Aires, y remataba con ese “siempre se vuelve al primer amor”, esos parpadeos que le impedían regresar: “Vos, todo es un parpadeo. Sientes sus manos sobre el rostro, pero te acercas al espejo y no está ella”, decía. Y hubiese querido decirle que regresara a esos lares, pero estoy seguro de que me comentó que simplemente no podía hacerlo por tal o cual cuestión…, y acto seguido se iba por donde estaba el pianista, tomaba el micrófono y entonaba otra melodía y era “Ladrillo”, y su voz era afelpada pero rugosa, como aquellas superficies de los ladrillos recubiertas con cemento, y los acordes del piano eran grandiosos: hoy retumban los recuerdos. Veo que le sirven otro trago, y empieza a hablar de Borges… Luego menciona a su amor perdido… y sólo hay murmullos en estos flashazos, y escucho:
Acaricia mi ensueño
el suave murmullo de tu suspirar.
Cómo ríe la vida,
si tus ojos negros me quieren mirar.
Luego, dice: “Todo es un ensueño, Che, un boludo ensueño.”
Y veo esos ladrillos rojos, sin pintar, y son unos hermosos ladrillos rojos sin pintar: estos brochazos los están haciendo revivir.
Un patio
He estado escribiendo estas líneas durante cuatro, seis, ocho… días. Las dejo varios días más y regreso, como el agua de río al mar.
Voy en línea recta con sus infinitas desviaciones: Jorge Luis Borges es un mundo, como me parecía en aquellos días y como es en estos días.
Borges es arena que cae entre tus dedos y le da forma a la orilla del mar, a la susurrante orilla del mar.
Sol-mar-tierra-cielo: todo es infinito, pero regresa a esa orilla del mar.
Recuerdo que lo primero que me jaló a ese mundo-universo fue el poema “Un patio”, que vale la pena reproducir:
Con la tarde,
se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esta noche, la luna, el claro círculo,
no domina su espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.
La copia de ese poema, que forma parte del poemario Fervor de Buenos Aires, me la obsequió mi amigo Mundo. Tengo claro ese recuerdo y es rojo, porque ese día Mundo vestía con una camisa roja, que combinaba perfectamente con esos ladrillos que tengo a la vista. (Entre esos ladrillos escondí una caja musical, amigo. Le doy cuerda y es “Mi Buenos Aires querido”.)
(Como dije, en un momento de mi vida fui atrapado por las obras de los “poetas malditos”. Luego un impasse, pero la repentina muerte de mi hermana Lupe, inexplicablemente me regresó a esos días de escribir no sé si poesía, que coinciden con las pláticas con Mundo. Fervor de Buenos Aires, representa días de enfebrecidas lecturas de poemas de Borges, que se bifurcaron en otros autores como Walt Whitman. Indudablemente, Jorge Luis Borges me llevó por otro camino.)
En el YouTube, escucho algunas melodías de Carlos Gardel, el eterno Gardel, y recuerdo que cuando leía ese poema me imaginaba estar en la casa donde viví mí niñez y parte de mi juventud: era una vecindad conocida como el 41, dado que se situaba en ese número de la calle Vicente Guerrero de la colonia Magdalena Mixhuca, del Distrito Federal, y estoy feliz. Soy el pequeñísimo Tote, que ahora está corriendo por un enorme patio, entre tendederos y ropa reluciente por el sol. Puede ver su reflejo en esa gran pila de agua, y su madre y las mamás de sus amiguitos están restriegue y restriegue la ropa en esos lavaderos. Están tarareando una melodía.
Afuera de la casa de Galdina se escucha “Ni cuerpo ni corazón”, y es un cumbión sabroso, porque la cumbia tiene cuerpo y corazón, y por la noche el Bailaras le dará la vuelta al mundo en ese “tibiri” que está en el centro de mi corazón, y, en otra casa, se oyen otras cumbias y son “La pollera colorá”, luego “Gaita frenética”, y es un acordeón de poca madre —cierra las persianas y abre el mundo—, y es la “Cumbia sampuesana”, y, en unos XV años, mis primas están bailando en el patio de la vecindad con el Bailaras y el Chaparro, y estamos en un glorioso círculo: lo estamos formando con estas cumbias.
Todos escuchamos a mi prima Cristina cuando está cantando. Está alejada del patio, pero canta refuerte mi prima, tan fuerte que empieza a llover, y cierro los ojos y estoy de nuevo con ustedes, amigos, primas y primos, y estoy en medio de ese enorme patio, y bailo “Chambacú” contigo Chela, hermosa prima Chela, y todo se lo lleva la tristeza porque ya no estás, pero ahora regresas justo a ese patio, donde corremos, gritamos y estamos platicando en ese zaguán, siempre abierto con los juegos de nuestra infancia. Te veo a los ojos y me dices: “Tote, qué guapotote estás, primo, te quiero mucho.” No le respondo, pero hoy lo hago:
“Chela, prima, eres maravillosa como el sol. Te quiero mucho, mucho.”
Seguimos bailando en medio de ese patio y llueva o truene algún día nos volveremos a ver, en esa ley de la vida, en que nos hunde la tristeza, pero podemos ser felices.
Ese patio-río tenía varias desembocaduras las cuales delineo en otras hojas, en otras miradas, sólo basta hablar de las gloriosas garnachas de doña Lala, que, de tanto recordar, estoy por disfrutar, en una infame rima, pero apreciada por ese sabor exquisito. Gracias, vecina, sobre todo porque, cuando no había lana, nos “fiaba”, y, dos que tres veces, fueron de “a grapa”.
Por dónde y hacia dónde
Hoy veo ese inmenso patio y digo: “Por dónde y hacia dónde. Camino o corro, porque muchas veces ese “más vale paso que dure, que trote que canse”, no es verdad.
Concuerdo con Mundo en que en la vida hay muchos patios que vamos estrechando con nuestra desesperación. Tenemos mundos a nuestra disposición que dejamos de hacerlos girar por nuestras malas vibras o desesperanzas. Todos somos un mar, un inmenso océano que puede ahogar tu apatía y desinterés que llega hasta la depresión. Todos tenemos una tabla de salvación, es lo que intento decirle a mi amigo. Sí, lo sé, tienes tu música, tu música que, a veces, te asfixia. Indudablemente y como dice la canción, hay “Rosas en el mar”. Sal, abre la puerta y cantemos esa rola, y verás que “todo esto pasará”.
Recuerdo que luego de leer ese poema grandioso, mi espíritu se vigorizó, como en años anteriores donde trabajaba en una oficina y cuando podía leía enfebrecidamente a los “poetas malditos”. Mi mundo eran los “poetas malditos”, y mis poemas eran escritos con esos potentes ecos. Los momentos se fueron desarrollando en cascadas. Y las cascadas traen consigo agua, pero también piedras que te sepultan. Los días transcurren. Esos pretendidos poemas, como muchas cosas, quién sabe por dónde estarán.
Después estoy en ese cuarto de la Colonia Álamos. Leo narrativa durante largo tiempo (¿minutos, horas?), luego intento escribir poesía, y en ese periodo conozco a Mundo y me adentro en Fervor de Buenos Aires, otros poemas, y resurge ese ímpetu, ese frenesí de antaño por la Poesía. Es diferente. Pero es caudaloso como la voz de mi amigo. De nuevo leo poesía desenfrenadamente.
…
Hoy quiero leer desenfrenadamente. No lo sé, quizás nunca más me vea engrandecido por esa luz, que me permitía leer en voz alta los poemas de Borges que me llevaban a otros poemas, y las partes que subrayaba las entonaba con gran regocijo, y las repetía casi a gritos dos, tres, cuatro, cinco,… veces. Esos versos-exclamaciones iluminaban las noches, y las estrellas acompasaban los silencios y las grietas de esos poemas y nada importaba, sólo ese cielo titilante.
(A los poemas de mi predilección, como “El Sur”, les ponía una gran marca o paloma al inicio, que significaban la lectura de todo el poema: primero en silencio y, luego en voz alta. El número de veces lo imponía el momento.)
Por aquellos días, y como en mis días de lectura de los “poetas malditos”, volví a leer poesía frenéticamente y esas voces, ásperas o suaves, alargaban las noches. Eran dulces noches de insomnio.
Ahora trato de recuperar esa vitalidad y tal vez, con ustedes, ávidos lectores, lo logre. A ver, hagamos este ejercicio: escojan la hora, los minutos que mejor les apetezca, y primeramente lean en silencio. Luego en voz alta, por ejemplo, el poema “El Sur”:
Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad:
—esas cosas, acaso, son el poema.
Vuelvan a leerlo una y otra vez en voz alta… La poesía tiene sus momentos, si no les entra, será en otra ocasión. ¡Ah, y no es un ejercicio de declamación! Es una lectura cuyas voces deben interiorizar y dejar que fluyan como agua de rio.
“¡Ok!”
“¡Ok!”
Volvamos a leer en voz alta el poema.
Vamos
Dos, tres veces…
Ahora prosigan leyendo en voz alta, a la par que caminan por su cuarto de estudio, en el patio, a la orilla del mar… Por donde anden, no tengo varita mágica para saber dónde andan, igual andan en la pendeja o haciéndole al pendejo y así no se puede. Seriedad, y sobre todo gusto y amor por la poesía, es lo que requerimos para seguir adelante.
Más fuerte. Más…
…
Cierren los ojos y adéntrense en ese círculo de agua, en ese aljibe, en el silencio del pájaro dormido…
(El recuerdo me hace feliz…Gracias, Borges, estoy en ese patio, en esos silencios que confluyen, que se derraman… Tus poemas son círculos infinitos.)
Cuando no cantaba, Mundo bebía las copas como sí en ello se fuera la vida. Particularmente una noche, estaba en un estado de “alto enfebrecimiento etílico”, ahora recuerdo que decía que su amor era incomprensible e incomprendido. En ese momento, pensó que estaba platicando con Jorge Luis Borges, cuando en realidad era el Tote, quien lo escuchaba y era una fangosa conversación dado que estaba abrumada por un amor perdido.
Mundo, de plano quería regresar a su pampa, ver a ese amor y estar rodeado de la enorme biblioteca del “amigo Borges”. Esa biblioteca tiene cielos estrellados, astros y constelaciones.
Debe decirse que, cuando cantaba tangos, alternadamente, Mundo declamaba de memoria algunos fragmentos de los poemas de Borges.
Era una combinación grandiosa.
Los poemas “El sur”, “Un patio”, “1964” y otros más abren recuerdos.
“1964”
Este poema, era especial para Mundo. Entre las pláticas lo mencionaba muy a menudo. Todo empezó cuando me vio metido en una creación literaria (o garabatos: ¿realmente que serían esos escritos?: no lo sé, quizás más adelante emerjan con esa pasión que por entonces tenía por la poesía.) y en una servilleta me escribió: “1964”. Ante mi silenció, tomó el micrófono y entonó ese glorioso poema, que transcribo:
I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente),
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
Un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y, aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha.
La muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada.
Lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Lo releo, lo escribo en un papel. Hago garabatos. Rompo en pedacitos ese papel. Tomo otro, hago garabatos, pienso y repienso, y de mi reseco cerebro no mana nada, amigo, no recuerdo la conversación sobre tu amor perdido, discúlpame. Lo que sí recuerdo es mi plática sobre mi ex novia de los cabellos lacios, pero esa historia está en otras hojas.
Mundo-Universo-Biblioteca
Desde entonces la obra de Borges me ha acompañado en los avatares de la vida, y, ahora, con la vista puesta en el mar, y entre este griterío de pájaros de la Alameda de Chetumal, vuelvo a releer los poemas de Fervor de Buenas Aires, y es justo Borges, tocayo, por lo de Jorge, que te diga que tu obra nos desliza por el mundo-universo, ese cosmos de la Ciudad de los inmortales, “La biblioteca de Babel”. Nosotros somos los espejos de los libros que leemos y a la inversa. Todos somos una eternidad que se refleja.
Estos pájaros, estos inmensos trinos nos reflejan. Oyes este caudaloso griterío y estás en el cielo.
Cada uno de tus libros es magia que devela una parte del cosmos, que se va entretejiendo con otro libro… y otro, que forman una inmensa “Biblioteca de Babel”. Para mí esa biblioteca, la mía, dado que todos tenemos una, es de ladrillos rojos, pardos y brillantes ladrillos que relucen cada vez que leo algo que me asombra, como tu obra, Borges.
Ese “universo-Biblioteca” borgiano formó toda una maraña en mi cabeza. Todo empezó de esta forma: recuerdo que Mundo me dijo una de esas noches bohemias, que, como no podía estar todo el día cantando para despejar la depresión que lo invadía, le era preciso tomar un libro, cualquiera, de la Biblioteca de Babel, para adentrarse en la magia de la lectura. Palabras más o menos fue lo que me dijo, eso sí con unos dejos y gentilicios que por acá no puedo reproducir porque los ha filtrado la memoria. Ante tamaña aseveración, mi mente trabajaba a mil por horas para descifrar a qué se refería o dónde chingados estaba tal biblioteca y si era pública o privada, si se requería tramitar una credencial o era de acceso libre, total, todas esas cosas que se arman o desarman en un instante, pero lo mejor era quedarse callado para no pasar por un pendejo. La claridad vino una noche, cuando sacó un libro y me leyó partes de “La biblioteca de Babel”, y como es una narración tan chingona, puedo reproducirles cualquier parte, pensando que fue lo que leyó aquella noche mi amigo Mundo:
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable.
Leo por otra parte: “Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana —la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.”
Para mí, Jorge Luis Borges está ahí, en esa Biblioteca, leyendo, porque él, antes de ser escritor, era lector, decía continuamente, y, aunque ciego, era un gran lector, descifraba el mundo.
Debe decirse que Borges me llevó gentilmente a otras obras, autores que, como Walt Whitman, siempre han estado aquí conmigo, y me dicen que vale la pena vivir.
En realidad, ¿vale la pena vivir?
Me adentro en una millonésima o billonésima parte de la Biblioteca (me está vedado dimensionarla) y no encuentro la respuesta. Estamos de frente tú y yo. Siempre estaremos tú y yo con las voces del universo que fueron hilvanando tus obras, Borges.
Las voces del Universo
El escritor Jorge Luis Borges es un mundo. No sé si ya lo dije, pero lo vuelvo a comentar, dado que sólo me es posible abarcar algunos vértices de su monumental obra, que fue formando como un rombo con infinitos lados, que se van yuxtaponiendo.
Por eso leo con paciencia, con pausas, y voy conociendo cada uno de esos ladrillos que yo, como autor de estas líneas, creo que van formando una parte milimétrica de esa Biblioteca interminable.
Hoy, he sentido fugaces parpadeos que lastiman la oscuridad.
…
Yo de usted, Borges, simplemente no me puedo despedir. Nos une la eternidad de los libros y de los versos de esa Biblioteca que, imaginariamente y hasta el final de mis días, seguiré leyendo.
Quiero decirle que sólo tengo palabras de agradecimiento. Espero volverlo a ver ahí, en esa Biblioteca interminable que atisbo en sus obras.
Hoy saludo a Mundo, nuestro mutuo amigo. Los libros de usted nos compaginan en esa eternidad que aletea la mariposa dentro de este o aquel libro.
Hoy tarareo un tango porque el arte de cantar me está vedado como a usted el de ver.
Veo y escucho, mediante YouTube, sus entrevistas y participaciones en diferentes encuentros literarios, y me llama la atención ese cuento que usted denominó “Borges y yo”, y empiezo a divagar: y sí, me demoro y veo el zaguán abierto, y es ese zaguán negro de mi infancia y me gustan los relojes de arena, los mapamundis que les doy vueltas y vueltas, y coloco mi dedo donde quisiera haber estado, pero no pude hacerlo.
Me imagino estar ahí, y por eso me recrimino mi falta de dinero y de valor para decidir estar ahí, eternamente, en ese cuarto prestado por mi hermano Polo para estar leyendo y escribiendo para estar por todos lados. Estaba chingón, dado que se ubicaba en la cúspide de un edificio de la colonia Álamos, del Distrito Federal.
Por las noches nadie molestaba y nadie iba a lavar la ropa o abrir las rejas de los tendederos. Ahora me recriminas, Tote, cuando me veo en el espejo y observo un burócrata de medio pelo, listo para cualquier encomienda laboral. Tienes razón, Tote, no tuve el valor para mandar todo a la chingada y dedicarme a la literatura, a la poesía que era lo tuyo. No entiendes que tuve que trabajar, ganar algo de dinero para apoyar la economía familiar, con esas palabras bonitas y esos sacos cruzados tipo marinerito de 2×2, y zapatos de postín, cuando debí seguir caminando con el pantalón de mezclilla.
El Tote me contesta: “Valió la pena ese tiempo inmenso en ese cuarto-Biblioteca, leyendo a más no poder. Pero no debiste botar todo y salir de improviso, menos dejarme en ese espejo, donde por muchos años sólo he visto un simple burócrata. Muchas cosas se quedaron conmigo en aquel cuarto al que le quitaste aquel ladrillo, entornaste la puerta, la cerraste con llave y no volviste a entrar. Carnal, todo está percudido o se lo ha llevado la tristeza. Nada es para siempre.”
Coincidimos en afirmar: “Todo se lo llevó el carajo.”
2019-2023
Desde 2019, he estado escribiendo largo y tendido varios relatos que, creo, se entrecruzan. Eso está en otro lado.
…
En estos días de febrero de 2023, he estado checando algunas páginas de Facebook.
Hace unos días, en el grupo denominado “JORGE LUIS BORGES fans”, me dieron una bienvenida virtual. Esa bienvenida me alegró el día, carnal Tote.
Hoy leo en ese grupo: “Tampoco jugaré a ser una persona feliz, porque lo soy a ratos perdidos. Pero a veces, caminando por la calle, siento una racha de felicidad, y trato de no indagar la razón; porque si lo hago, comprobaré con harta felicidad que me sobran motivos de desventura. Mejor es aceptar con humildad, esos dones secretos.”
En esa misma página del Face, leo:
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. la mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Prosigo y, en una página que se llama “Las cuatro esquinas, una intersección literaria”, que por cierto ni la bienvenida me dio (¿o sí?), identifico la siguiente frase de Borges: “Al cabo de los años, he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el Paraíso.”
Me quedo pensativo.
Salgo a la entrada de mi casa. Saludo a Salem, mi gato silvestre. Ronronea con ese arco de su lomo que se extiende y me hace tan feliz de verlo así, dichoso. Pero sé que sólo es un rato. Entendí que no le gusta estar permanentemente en mi casa. Desaparece largas horas, y luego reaparece, así sin más, justo en la tarde. Me observa y maúlla sorprendentemente, exigiendo de esa forma su agua y sus croquetas. Sólo es un momento. Si observo bien el cielo nocturno, su color negro y sus ojos verdes intensos, absorbentes, me dejan ver el color esmeralda de la luna.
…
En los últimos años, he estado escribiendo largo y tendido. He estado en muchos lugares, los voy recordando:
Estoy en aquel patio de la vecindad…
Estoy en la Zona Rosa…
Saludo a mi madre, a mi abuelo Magdaleno, a mi tío Ismael, a mis primas y primos, que son un chingo.
Veo a mi esposa Elena, recuerdo a mi hija Elenita que hacía la tarea con una mariposa en la frente. Mi hija Adri me saluda y recuerdo que leía conmigo “Tarumba”, cuando estaba pequeña, y le gustaba leer conmigo en voz alta ese gran poema.
…
…
De repente, me veo en el espejo y pienso gritando: “¡No chingues, carnal! ¡Tote, no te me quedes mirando así!, ¡nadie se ha muerto aquí! ¡Mal que bien la hemos pasado a toda madre! ¡Y las fiestas, los viajes, mi esposa, mis hijas!, ¿acaso valen un peso? ¡No me chingues con tus recriminaciones! ¡A lo hecho, pecho! Hay tiempo… ¡Hay más tiempo que vida, cabrón! ¡Viejos los cerros y todavía reverdecen!”
No me dice nada, pero sé que se está riendo el muy recabrón. La conciencia siempre te dice tus verdades, y es irónica e hiriente, como el filo de la navaja que raya un cristal.
…
…
Estoy en la puerta de ese cuarto de la colonia Álamos. Abro la puerta. Le pongo el ladrillo para que no se azote y cierre. Hay infinidad de libros colocados por temática y por autor.
…
…
Desde la fecha en que estoy escribiendo narrativa (2019), han pasado tres, cuatro años, y hasta hace unos días, en estos días de finales de febrero de 2023 empiezo a leer poesía. Y es Fervor de Buenos Aires. Leo una y otra vez todos esos grandiosos poemas… De ahí, voy a otros poemas…
Como pienso que la narrativa y la poesía tienen momentos especiales, no los mezclo. En un espacio del día leo alguna novela o relato y en otra poesía. A lo largo de mi vida, he constatado que la poesía me “entra” en horario nocturno, aunque en esa generalidad hay excepciones, sobre todo en esas horas de insomnio que disipo con la poesía, donde pueden entrecruzarse la noche y el amanecer.
La poesía debe leerse en momentos especiales, espero que me llegue ese como aviso, y cuando me llega (no sé realmente cómo descifrarlo), leo en silencio el poema indicado (el que dicte la ocasión). Después lo leo en voz alta y vuelvo a releer varias veces. En particular, evito al máximo la declamación. No congenio con esa forma de leer poesía, aunque aclaro que cada uno tiene la forma de ir por los senderos, cuestas y carreteras, impuestas por la poesía.
Ahora, estoy leyendo en silencio “Walking around”, es un poema monumental de Pablo Neruda que forma parte de la Residencias en la Tierra. Como antaño me atrapa y vuelvo a releer en silencio una y otra vez esos versos. Me levanto de mi sillón reclinable y recorro mi “cuarto de estudio” leyendo ese poema en voz alta. Una, dos, tres… veces. Fuerte, cada vez más fuerte… El cuarto se engrandece: Estoy de nuevo en mi cuarto-Biblioteca.
…
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.
Cierro los ojos y veo esas calles, oficinas y paseo con calma…
Escribo estas líneas, que son un círculo amarillo, como el color preferido de Borges. Estoy en ese amarillo, y veo dos líneas perpendiculares, que a veces son continuas o intermitentes. Hay desviaciones, curvas, y sigo de frente, siempre hacia adelante…
…
Gracias, de nuevo, Borges, yo a usted, le debo mi fugaz felicidad.
Notas
Correo de Jorge Manriquez Centeno, autor de este texto: jorge.manriquez.centeno@gmail.com
Video disponible en el siguiente enlace:
El texto es el siguiente:
“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.”
Texto disponible en el siguiente enlace:
https://ciudadseva.com/texto/borges-y-yo/
El texto lo “subió” a ese portal Yagger López, el día 5 de marzo de 2023.
Disponible en:
El poema se denomina “Lluvia”, y lo “subió” a ese grupo Jorge Luis García de la Fe, el día 30 de noviembre de 2021. Disponible en:
https://www.facebook.com/search/top?q=fans%20borges%2C%20lluvia
Con la aclaración de que la edición es de Javier Aragón, conforme al siguiente enlace:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=4607206795994908&set=gm.2268367309971943
El poema completo se reproduce a continuación:
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Borges
Disponible en el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=126070435986916&set=a.119054196688540
Jorge Manriquez Centeno (Ciudad de México, 1962). Reseñista y en proceso de publicar su obra poética y narrativa. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), entre otros estudios de posgrado. Columnas suyas de corte político y cultural figuran en diversas publicaciones de México. Desde 1991, vive en Chetumal, Quintana Roo.