Por Stephen D. Morris. Publicado en La Silla Rota.
Hace cuatro décadas, el presidente Carlos Salinas de Gortari declaró que con el TLC México entraría al primer mundo. En aquel momento, supongo que se refería a los términos económicos. Sin embargo, sabemos que eso no ocurrió. Pero quizá México si ha logrado a través de estos años, gracias a la política que implantó Salinas, arribar a la corrupción del primer mundo.
Hasta cierto punto, esta es la tesis que ha manejado el presidente López Obrador desde hace muchos años en sus libros y discursos: Que Salinas de Gortari construyó el rumbo neoliberal, el camino seguido en turno por Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, lo cual trastocó al sistema diferenciándolo de la corrupción que ya existía: lanzándola a una corrupción estructural, convirtiendo con ello al Estado al servicio del sector privado, y la entrega depredadora de recursos públicos a particulares.
Pues bienvenido al primer mundo. La corrupción en Estados Unidos, la cual la mayoría de la población gringa reconoce y considera como un problema político importante, se caracteriza por los mecanismos que facilita el control de parte del sector empresarial sobre las candidaturas de los dos partidos principales, las elecciones y las políticas públicas. Como comentó el ex presidente Jimmy Carter en 2015, el sistema norteamericano es más una oligarquía que una democracia. En este sistema, el gobierno facilita, por medio de los contratos, outsourcing, rescates, leyes, reglamentos y fallos judiciales, los intereses del sector privado, y sirve como un conducto para transferir los recursos públicos a los privados.
Esto está ampliamente comprobado. Así, por ejemplo, según la investigación rigorosa de Martin Gilens, Affluence and Influence: Economic Inequality and Political Power in America (Princeton University Press, 2012), a través de los años, la política pública de EE.UU. ha favorecido más a los intereses de la elite que al interés público de la gente. Es decir, por medio de las donaciones a las campañas políticas, el cabildeo, el control de los think tanks, universidades y los medios, y el gerrymandering (dibujar los distritos electorales para favorecer un partido y minar la competencia electoral), los intereses del sector privado-corporativo en EE.UU. ha determinado la política a su favor.
Por un lado, este patrón es muy similar a la corrupción que se ha caracterizado en México desde Salinas de Gortari. Desde el dinero y campañas mediáticas de los empresarios para elegir a Fox, Calderón o Peña Nieto, o los contratos de Pemex para transferir dinero del Estado a las empresas particulares, hasta las reformas estructurales que beneficiaron a empresas controladas por políticos jubilados de los gobiernos anteriores o familiares; es decir, la corrupción del periodo neoliberal en México es del primer mundo.
Hay unas diferencias, por supuesto. La mayoría de esta de corrupción en EE.UU., por ejemplo, es legal. Claro, con bastante poder uno puedo hacer legal sus maniobras que distorsionan el interés público. Pero así también sucede en México. Las compras de a sobrecosto de Fertinal y Agronitrogenados o el contrato desequilibrado con Etileno XXI, el rescate bancario y la decisión zedillista de convertir la deuda bancaria de particulares en deuda pública a través de la Fobaproa, incluso el gasto extraordinario de la campaña de Peña Nieto en 2012 con Monex, todas son maniobras legales. Como los casos del día muestran, mucho de la corrupción ahora es legal. Y mientras el gobierno va exponiendo los sobornos y las facturas falsas de las estafas, la tendencia será más hacia las formas legales. Como muestra el caso de EE.UU. y la corrupción del primer mundo, hay bastantes maneras legales y disponibles para esconder y lavar el dinero, controlar y manipular a los políticos, determinar la política pública y disfrutar de las ventajas de un gobierno a su servicio.
Tal vez, México no quiera este lado negro del primer mundo; tal vez prefiere el lado más positivo de los ingresos más altos (aunque la desigualdad es similar), las oportunidades, la libertad, los derechos humanos. Sin embargo, en este sentido también ha llegado al primer mundo. La gente norteamericana, según muchas encuestas, tampoco quiere un gobierno así. Pero cambiar un sistema corrupto no es tan fácil. Otra vez, bienvenido al primer mundo. Al menos, Salinas de Gortari si tenía razón y ayudó a poner a México en el rumbo para entrar al primer mundo (solo que no entendíamos en aquel momento a que parte del primer mundo ingresaba México).
Dr. Stephen D. Morris
Investigador y Coordinador del Laboratorio de la Documentación y Análisis de la Corrupción y la Transparencia, UNAM, y Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @sdmorris4 @integridad_AC http://www.integridadciudadana.org.mx/