Manuel Cifuentes Vargas. Publicado en Integridad Ciudadana.

Votar no solo es nuestro deber, sino también nuestra obligación constitucional, legal, cívica, moral, patriota e histórica. Es salir a votar, y votar bien. Y esto quiere decir votar de manera inteligente, no a la ligera, al azar o “al hay se va”, porque hacerlo así nos denigra y envilece como ciudadanos. Es por nosotros mismos, por nuestros hijos y nietos. Por nuestra futura decendencia y por la salud y bienestar de México. No hay que hacerlo de modo irracional, ideologizada, pasional, manipulada y menos fanática.

Los gobiernos no son los dueños de los ciudadanos ni del país; por lo que los gobiernos no son los que le tienen que decir a los ciudadanos lo que tienen que hacer y cómo hacerlo en los procesos electorales, sometiéndolos a su deseo y voluntad, porque éstos no están a su servicio. Son los ciudadanos los que mandan y, por lo tanto, los que le tienen que decir al gobierno que hacer. Por eso todos, no solo una fracción de ellos, son el pueblo soberano, los que deben decidir a través del voto, quiénes deben gobernar.

Ya Aristóteles decía que “los gobiernos existen para proteger al ciudadano de la corrupción y la tiranía. Si el gobierno se convierte en el abusador, entonces es deber del ciudadano rebelarse.” Y esta rebelión hoy consiste en hacer la revolución cívica electoral, acudiendo a votar y hacerlo libre, consciente, razonada, responsable e inteligentemente. Recordemos con Blas de Lezo y Olavarrieta, que “una nación no se pierde porque unos la atacan, sino porque quienes la aman no la defienden.” Solo quienes no aman a su país, no están obligados a defenderlo.

La democracia está en juego. La democracia se encuentra en una situación crítica. El futuro de México está en riesgo. Por eso, hoy es de la mayor importancia salir todos los ciudadanos a votar. Sin embargo, quiero destacar que el voto fraccionado o disperso no sirve en tiempos políticos difíciles y cruciales como los que se viven. Este fue bueno en otros momentos, en los que las instituciones y los valores supremos del país no estaban en riesgo. En momentos como estos es al revés. Debemos ir todos juntos contra lo que pone en peligro al país.

Hoy en los ciudadanos está hacer la revolución cívico democrática que necesita el país para cambiar el rumbo de México. Es el tiempo de los ciudadanos que le quiten el poder omnímodo a los gobiernos, y que como soberano que es, quede depositado verdaderamente en los ciudadanos. Y en esto, los jóvenes tienen un importante rol, pues los jóvenes, como presente y futuro que lo son del país, no pueden quedarse al margen de la suerte de la democracia y del cambio de horizonte.

La democracia es muy importante como para no interesarse en ella y dejarla solo en manos del gobierno. Epicteto decía en aquellos lejanos tiempos en que vivió, que “el hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos.”

Debemos comportarnos como verdaderos ciudadanos cumpliendo con nuestros deberes y obligaciones jurídicas y cívicas elementales. Pero por lo visto, hoy como ayer, en el día a día, no es común encontrar ciudadanos totales en el sentido amplio de la palabra, en la práctica política ni en la vida diaria. Pues cabe apuntar que ya Diógenes de Sinope, también conocido como el cínico, en el mejor sol del día con lampara en mano buscaba a un hombre; a un ser verdaderamente ciudadano en la sociedad y real politik de su tiempo y de su entorno político social.

Hoy, por el deterioro que han sufrido los valores, la cultura cívica, la responsabilidad ciudadana y el espíritu patrio, también auxiliados con una lampara en la mejor luz del día, habría que buscar a los auténticos ciudadanos consientes de sus deberes y que cumplen con sus ineludibles obligaciones ciudadanas. No obstante nuestra triste realidad, no hay que dejarlo al garete, sino trabajar arduamente hasta crear una cultura ciudadana. Me parece que, por fortuna, empieza a despertar en este sentido la población, como lo hemos visto en los recientes movimientos ciudadanos, dignos de aplauso.

Hay que trabajar para fundar un imperio; sí, un imperio de la democracia imperecedera, porque, por lo menos hasta el momento, no hay otra forma de vida político-social que nos garantice la perpetua libertad para pensar, vivir y convivir cada vez mejor. La democracia es el alma de la sociedad, que le da forma, cuerpo, movimiento y sentido a ésta.

La primavera es el renacimiento de la naturaleza y el despertar de la vida después de un gélido tiempo. En remedo de este hecho natural, con nuestro voto hagamos que el 2 de junio de este 2024, estación en la que por cierto estamos, también sea la primavera de la democracia; el renacimiento de una democracia sólida con renovado rostro y visión de venturoso futuro. Después de un mal sueño, que sea el despertar de una nueva vida democrática. El Ave Fénix en la que la democracia renazca con nuevos bríos y se renueve, levantando de nueva cuenta su vuelo esplendoroso lleno de vida y libertad para vivir mejor.