Por Rigoberto Silva. Publicado en ContraRéplica.

Llega un inspector del gobierno nacional. Ha sido anunciado al alcalde, quien se preocupa y reúne a su equipo más cercano. Al círculo rojo. Les da la noticia ycomienzan a prevenir al calor de la incertidumbre: el jefe del hospital, a cambiar los gorros viejos por unos nuevos a los enfermos y a vigilar que nadie fume cerca de ellos; el responsable de los juzgados, a limpiar el área donde los litigantes se reúnen y a cambiar de lugar a los animales que han comenzado a criar en el patio principal. En la escuela, a tener cuidado con el maestro de Historia porque cuando habla de Alejandro Magno se vuelve como loco y comienza a golpear el mobiliario. Es muy impetuoso. El alcalde opina que el destino puede ser bastante misterioso, ya que el inteligente, cuando está sobrio, puede transformarse y hacer gestos que nadie termina por entender.

Finalmente, piensa el alcalde que finalmente todos tienen pecadillos. Le contesta alguien: “¿A qué llama usted pecadillos? ¡Quién no los tiene! Yo les digo a todos claramente que recibo.., ¿qué clase de propinas?, en forma de perros perdigueros. Eso ya es otra cosa. Con perdigueros o en otra forma, todo es propina”.

Lo recién contado es un texto de Gógol, escritor ruso de reconocido origen ucraniano, que en su texto “El inspector” de 1836, de hace casi 190 años, bien podría representar a algún grupo político justo en nuestros tiempos, de cualquier lugar. Es decir, a pesar de la distancia temporal y la distancia geográfica, la situación no es nada extraña: servidores públicos preocupados por actos que reconocen como deshonestos, sazonados con la disonancia cognitiva de que todos tienen sus pecadillos.

Sin embargo, no todos los problemas con los que tiene que se tiene que lidiar en la administración pública son resultados de actos de corrupción. Eso está clarísimo. Los problemas también están relacionados con el desempeño, con la forma en el que lo servidores públicos hacen su trabajo. Adicionalmente, los problemas pueden también estar relacionados con la capacidad instalada, incluidas las instalaciones y el equipo tecnológico. En términos amplios, pensar a la administración pública como una prestadora de servicios podría reducir en el imaginario colectivo a la parte del proceso en donde existe un contacto explícito entre el ciudadano y la autoridad pública.

La idea de supervisión puede aumentar la efectividad gubernamental, en su dimensión administrativa, sin duda alguna. Esto lo sabemos ahora y también se sabía hace 200 años. Pero también hay otras alternativas, como la capacitación continua, permanente, que debe abordar además de elementos cognitivos y procedimentales, a aquellos de naturaleza moral (actitudes y valores). Pensar la capacitación de servidores públicos significa, por ejemplo, que los servidores conozcan la ley, que sepan cómo cumplirla y que lo hagan profesando valores democráticos, con el estándar de respeto y cordialidad necesario.

La capacitación de funcionarios entonces no resuelve todos los problemas de las instituciones públicas: los resuelve en parte, de la misma manera como lo resuelve la actualización del software y el equipo de cómputo, o la aprobación y reforma de ciertas normas. Lo que sí es definitivo es que no se debe ignorar.

Rigoberto Silva Robles es Colaborador de Integridad Ciudadana, A.C.(@Integridad_AC). Dr. en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara, miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Su cuenta de Twitter (@srrigoberto)

Referencias: “El inspector”, Gógol.