Por Iván Arrazola Cortés. Publicado en Etcétera.

López Obrador ha vivido de mitos, habla de un fraude en el 2006, de un fraude en el 2012, dice que él encarna una transformación que sólo él percibe, usa los prejuicios para generar división, utiliza el clasismo y el racismo para profundizar los enconos entre la ciudadanía, en lugar de buscar la reconciliación.

Posiblemente por la imagen que más será recordado el presidente es como desde el atrio de las mañaneras utiliza el espacio para dividir y polarizar a un país que se ha acostumbrado a vivir en un clima de violencia y que con el discurso de odio generado por el presidente ha escalado de concentrar sus ataques en la clase política a la que llama mafia del poder, a la población que no apoya ni sus reformas, en particular la electoral, ni a su movimiento.

El tema se ha vuelto preocupante sobre todo en el contexto en el que miles de personas se movilizaron en torno a la defensa del INE. Las palabras que el presidente utilizó contra las personas que participaron en la marcha fueron: hipócritas, clasistas, conservadores, cretinos, corruptazos.

Es delicado ver como un gobernante que en un sistema presidencial asume al mismo tiempo el rol de jefe de Estado y jefe de gobierno, es incapaz de reconocer que ese tipo de discursos no se pueden utilizar en contra de la población por las consecuencias que generan. Ese tipo de narrativa ha sido promotora de grandes masacres y genocidios, en los que millones de personas han experimentado el dolor y sufrimiento provocado desde las propias instancias gubernamentales.

No solamente la reiteración de los adjetivos utilizados en el discurso presidencial, con su actitud un elemento que queda claro es que el presidente considera que él y su movimiento son los únicos actores facultados para salir a manifestarse, todo lo que no tenga su anuencia o apoye a su movimiento debe de ser descalificado y generalmente en estos tiempos la única razón válida para salir a las calles es para festejar un aniversario de su triunfo en el 2018 o porque él así lo quiere.

Nadie más que él posee la autoridad moral para proponer cambios de gran envergadura, él encarna la voluntad popular por eso no se le puede cuestionar, por eso nadie puede ir en contra de su concepción de la realidad. Sus otros datos, su escudo protector, pesan más, que las cifras que exhiben el fracaso en materia económica y en materia de seguridad de este gobierno. La iniciativa de reforma electoral representa el evitar los supuestos fraudes de los que el eterno candidato ha sido víctima, de consejeros “facciosos” que le hicieron ganar la presidencia de la República en el 2018 y a lo largo de 4 años le han dado el triunfo en 22 estados a su partido, nada mal para un instituto que según él es promotor de fraudes.

Los gobernadores de Morena son comparsas del presidente, representantes sin voz y sin autonomía para opinar y pronunciarse sobre la reforma, por eso les hacen un comunicado al que todos se suman como si fueran una sola voz. La corcholata favorita del presidente ha sido la que ha llevado la voz cantante y lo ha hecho tan mal que no sabe cómo explicar a su jefe que el principal bastión del oficialismo en la actualidad está controlado por la oposición, por eso trata de subestimar las cifras de asistentes al evento.

Dicen los mandatarios morenistas que la reforma ayudará al fortalecimiento de la “voluntad ciudadana” por eso cualquiera podrá aspirar al cargo de consejero con los riesgos de dejar en el cargo a un improvisado, otra de las bondades según los gobernadores es reducir el financiamiento a los partidos ya que eso también ayudará a la democracia, habría que recodarle al partido que está en el poder y al resto de las fuerzas políticas que el financiamiento que urge reducir es el financiamiento ilegal, pero de eso la reforma obradorista no dice nada porque no le conviene.

En esas circunstancias es necesario preguntarse cómo es que los representantes y candidatos de Morena piensan pedir al voto a la ciudadanía en las elecciones presidenciales, después de todos los insultos que el presidente ha lanzado contra la ciudadanía que no lo apoya, a quién le piensan hablar en un debate presidencial, a la ciudadanía en general o solamente pedirán el voto al sector de la población que simpatiza con ellos.

Lo que ha ocurrido a lo largo de los días previos y posteriores a la marcha con las declaraciones del presidente es tan delicado que requiere un llamado a la calma y sobre todo un llamado a evitar la polarización. Dicha polarización ha sido provocada y promovida hasta este momento por actores políticos, pero es importante que esta polarización no escale a nivel social. El oficialismo está desesperado y a diferencia de lo que ocurrió en 2018 en el que hubo un apoyo masivo a la candidatura de Obrador hoy el apoyo al presidente se encuentra dividido.

La estrategia presidencial busca la provocación, escenas como las que se vieron en un vuelo en el que viajaba el presidente y que es increpado por una pasajera, es el tipo de confrontaciones que se deben de evitar. La confrontación que en este momento se mantiene en un nivel discursivo es importante evitar que se traslade a las calles.

El movimiento por la defensa del INE debe de ser una bandera por la defensa de los derechos políticos de la ciudadanía, de su derecho a cambiar a los gobernantes cuando hacen mal su trabajo, lo que está en juego es si se quiere mantener un modelo de democracia que, aunque es perfectible es funcional o bien apostar por un retroceso democrático que es lo que apoya el oficialismo.

Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana. @ivarrcor