Por Rigoberto Silva. Publicado en ContraRéplica.
La famosa frase “Hay gente pa tó” (sic) es atribuida al torero Rafael el Gallo, que expresa con ella la aceptación de la existencia de oficios como el de Ortega y Gasset. Esta frase, considerando el contexto en el que fue dicha, parece aceptar la existencia de un oficio que no se comprende, pero que eso es lo de menos. No es necesario comprender para aceptar. Tampoco es necesario comprender para rechazar. Después de todo, ¿para qué sirve un filósofo?
Quizá la actitud de Rafael el Gallo es una con el más amplio sentido democrático. Vista así, bien podría tener su equivalente en aquella expresión, mal atribuida a Voltaire dicen algunos, que reza más o menos así: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero voy a defender hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Que independientemente de esa discusión, también expresa un alto valor democrático.
Es en ese espíritu en el que los debates entre candidatos pueden ocupar un mejor lugar en una campaña política. Pero eso no ocurrirá. Los debates entre candidatos son una arena en la que los participantes se convierten en gladiadores donde todo se vale, y la creatividad para descalificar a los otros juega un papel más importante que la capacidad para explicar una propuesta de gobierno.
Es así que, haciendo gala de las pocas o muchas habilidades histriónicas, actorales, de representación de un papel que sin saberlo, generan espectáculo en donde los apostadores se regocijan por la interpretación del gallo al cual se le ha apostado en las últimas semanas, o meses, o años. Quien apuesta a la candidata Sheinbaum celebrará la gracia con la que responde con un “no, no, no, no, y presenta tu denuncia”, o bien, la elocuencia con la cual podría explicar una política o el desempeño del gobierno encabezado por el presidente. Quien apuesta a Gálvez, celebrará la gracia con la que embiste a la primera, con la naturalidad de su forma de expresarse y lo simpático de sus insultos, de sus apodos. Quien apuesta por Máynez, celebrará la frescura de sus afirmaciones en lenguaje de señas o de símbolos con las manos, y su ya característica sonrisa.
Quienes estudian los mercados electorales (con todas las críticas que algunos esgrimen justo por pensar la decisión ciudadana como un mercado) saben bien que mientras no exista un sobresalto mayor, es decir, algo que diga o haga un candidato y que para su ciudadano defensor sea difícil justificarlo en el debate cotidiano, el que se hace a la hora de la comida cuando se comparten puntos de vista también de estos temas, la tendencia esperada es estable.
Los debates entre candidatos, entonces, quizá tengan en ese aspecto una valiosa aportación a las democracias: nos permite confirmar y corregir nuestra empatía por ellos. Un hecho que puede ser percibido como valentía por unos, puede significar cinismo para otras.
El debate entre candidatos, que presenta el conflicto como un espectáculo, en el que pocas veces pueden contrastarse propuestas porque el tiempo es usado por los candidatos para agresiones ad hominem, en el que las emociones juegan un papel más importante que las razones, sin duda alguna, es necesario para la democracia. Y es necesario, porque todo lo que se ha dicho hasta el momento no es necesariamente malo. Las pasiones, que algunos llevan a la violencia del absurdo, serán interpretados y reinterpretados por quienes los ven. El espectáculo genera empatía y antipatía, y el próximo 2 de junio veremos en votos las magnitudes en que se convertirá. Hay gente pa tó pues, y a los interesados en estos temas nos queda de tarea releer a Chantal Mouffe.
Rigoberto Silva Robles es Colaborador de Integridad Ciudadana, A.C., Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara, miembro del Sistema Nacional de Investigadores. @srrigoberto @Integridad_AC
Referencias: “Plataformas electorales”, Cámara Nacional Electoral, Argentina (www.electoral.gob.ar).