Por Iván Arrazola Cortés. Publicado en ContraRéplica.
Varias cosas han quedado claras después de un proceso electoral tan largo y polarizado como lo fue el de 2024. Los antiguos símbolos que refrendaban el compromiso con el pacto democrático se han desdibujado. El reconocimiento de un candidato que pierde una elección presidencial es un acto fundamental para la democracia y la estabilidad política. Consiste en aceptar públicamente los resultados de la elección y reconocer la victoria del candidato ganador, incluso si no es el propio.
Pero eso en México no es algo que todos los actores acepten, desde la transición democrática iniciada a finales de la década de los años 80, ningún candidato proveniente de la izquierda ha aceptado su derrota en una contienda presidencial, en todos los casos ha denunciado fraude electoral o inequidad en la contienda, por eso ahora que parece consolidarse la hegemonía de la izquierda en el país saltan a la vista los discursos en los que la oposición cuestiona la legitimidad del proceso electoral y si bien puede aceptar la derrota al mismo tiempo cuestiona la forma en la que se llevó a cabo el proceso.
En muchos sentidos el gobierno de López Obrador fue descuidado o intencionalmente trató de incidir en la contienda electoral, tan solo durante el proceso electoral 2024 el INE recibió 52 quejas por comentarios violatorios de la neutralidad que debe mantener el presidente durante el proceso electoral, y emitió 18 medidas cautelares por expresiones del presidente en 86 conferencias mañaneras, hasta el momento se contabilizan 39 expedientes abiertos en contra del presidente.
Estos elementos constituyen un elemento de preocupación, la intervención del presidente en la contienda electoral afecta no solo la equidad en la contienda, pone en riesgo el proceso electoral que podría llevar a la anulación de la elección.
Otro elemento que en todo momento estuvo presente fue el de la violencia, 35 candidatos fueron asesinados durante el actual proceso, todas agresiones cobardes en las que la lentitud de la autoridad electoral para gestionar la seguridad de los candidatos como ocurrió en el caso de Gisela Gaytán en Celaya, o aun teniendo seguridad fueron asesinados como ocurrió con Alfredo Cabrera en Coyuca de Benítez, Guerrero.
Todo esto ocurría ante un discurso presidencial que se dedicó a minimizar la violencia y a declarar que estas serían las elecciones “más limpias y más libres” en la historia de México. Las renuncias de candidatos se cuentan por cientos en todo el país y no hay certeza de cuántas candidaturas fueron impuestas por el crimen organizado, en cualquier escenario el gobierno debería de ver con preocupación que la representación política se vea amenazada por la presencia del crimen organizado.
Por último, está el debilitamiento de las propias autoridades electorales, a la división al interior del INE y el Tribunal Electoral, se suman los recortes presupuestales al organismo encargado de organizar las elecciones, de los más de 40 mil capacitadores que se requerían para el proceso, al menos 12 mil renunciaron por la inseguridad que hay en el país, la falta de equipo y la falta de salarios competitivos.
La posibilidad de generar un punto de encuentro entre las diferentes fuerzas políticas se ve cada día más lejano. Lejos quedaron aquellos días en los que después de la contienda se tendían puentes para trabajar de cara al futuro. La fuerza política que hoy gobierna considera que su autoridad moral no le permite dialogar con la oposición simplemente porque no son “iguales”.
La democracia mexicana se encuentra atrapada en su propio laberinto, fundamentalmente por las ambiciones de su clase política, en el pasado fue la izquierda la que cuestionó el proceso democrático ante la imposibilidad de alcanzar el poder, alegó fraudes electorales y contiendas inequitativas, hoy el contexto es el principal riesgo para que las elecciones se lleven a cabo en un entorno tranquilo y libre, hoy el oficialismo con su aplastante mayoría tendrá la oportunidad de construir un sistema electoral a su medida, ojalá que no se le olvide que para que haya una verdadera democracia se necesita saber ganar y perder, generar condiciones equitativas en la contienda y que las elecciones se desarrollen en un clima pacífico, mientras eso no suceda no se podrá hablar de una democracia plena.
Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana. @ivarrcor @integridad_AC