Por: Armando Alfonzo @ArmandoAlfonzo Publicado en Mexican Times
En el marco del inacabado proceso de democratización que hoy vivimos en México, resulta de primer orden que los miembros de la clase política, dirigentes del sector privado, autoridades de las universidades públicas y privadas, así como otros liderazgos sociales pongan énfasis en los mejores conocimientos humanistas, uso de diversas técnicas, habilidades y su aplicación práctica para el ejercicio de la política, de la defensa de los derechos humanos y, en particular, del fomento del civismo.
Quienes apuestan a los grandes cambios en el corto, mediano y largo plazo, bajo la perspectiva de un Estado Constitucional de Derecho y mediante el empeño para sensibilizar, capacitar y profesionalizar al mayor número de personas en beneficio del interés público, realmente sentarán las bases de desarrollo para un mejor porvenir.
La competencia política no sólo debe basarse en la legítima aspiración por alcanzar el poder, sino ver a la política como una grandiosa oportunidad para transformar, para bien, las múltiples manifestaciones lacerantes de nuestra realidad, sea en el servicio público o sea desde la responsabilidad ciudadana.

El mundo que hoy vivimos nos presenta en el horizonte grandes y graves desafíos. México no es ajeno a ello, y las dificultades que enfrentamos nos obligan a materializar, sin reserva alguna, un compromiso claro y decido para superar cualquier obstáculo.
Uno de los grandes problemas nacionales que tenemos como reto es, sin duda, la generación de un nuevo arreglo político, la generación de espacios de diálogo entre las diversas expresiones que conforman el pluralismo en México: la necesidad inaplazable de construir acuerdos entre todos, en los cuales es menester prevalezca el beneficio común y no las ambiciones individuales o de grupo.
De ahí la trascendencia del ejercicio de la política, de la buena política, no de ciertos espectáculos grotescos que solemos, lamentablemente, ver casi todos los días. No debemos acostumbrarnos al egoísmo, a la frivolidad, a la desinformación, al sensacionalismo ni a la estupidez.
Ahora más que nunca es indispensable que la política represente la auténtica oportunidad de participar de todos, sin excepción, mayorías formales y minorías reales, para trabajar sin descanso en el mejoramiento de las condiciones de vida de todos los habitantes de este maravilloso país, en particular de los que se encuentran en situación vulnerable.



Los pensadores españoles Victoria Camps y Salvador Giner en su Manual de Civismo sostienen:
“…en el ámbito del civismo, la acción es lo fundamental. Es cierto que necesitamos también buenas razones, pero las necesitamos no para construir bellas teorías, sino para que muevan a actuar. No importa tanto decir en qué consiste el civismo como hacer ciudadanos. El civismo es la producción social de seres humanos responsables.
El civismo, de hecho, es el nombre de una ética laica, una ética de mínimos compartible por cualquier persona que quera participar en la vida colectiva, sea cristiana, islámica, budista o agnóstica, haya heredado la filosofía de Platón o de Confucio. El civismo como la ética, es un saber, un conocimiento de la forma de vivir que nos parece más adecuada para todos. Ahora bien, ese conocimiento no se aprende ni se transmite como otros conocimientos más teóricos. No se enseña cómo pueden enseñarse la geografía o las matemáticas. Se aprende, sobre todo, practicándolo y viendo cómo se práctica. Los ejemplos de ciudadanía son la mejor escuela de civismo”.