Por: Vladimir Juárez @VJ1204 Publicado en ContraRéplica
Corazón de Talavera VII: a Encarnación (Pá), pase lo que venga, no nacimos ni morimos para estar solos… y esa es la clave de la condición humana.
“Antes estábamos a un paso del precipicio…ahora hemos dado un paso al frente.” Luis Echeverría Álvarez
“La Isla de la Fantasía” es una producción de televisión que alcanzó la fama entre los años 1977 y 1984. Han pasado más de 38 años de aquellos episodios televisivos que cautivaron a los adultos por los deseos desbordados de sus protagonistas que, saciando el morbo de las audiencias, exponían la intimidad y los deseos cumplidos de sus protagonistas episodio tras episodio; lo que atrajo a las audiencias masivamente para después integrarlos a la trama de anhelar los sueños propios, así como conjugar los ajenos.
Esta serie fue una de las más populares en la historia de la televisión estadounidense, y de amplia audiencia latina. Su premisa es básica: “un paraíso enigmático donde las personas desean cumplir toda clase de sueños, inocentes o perversos, pero al final del día, caprichos propios que dejaban todo tipo de lecciones a cada visitante y con ello al público que vivía y deseaba también vivir las ilusiones para sí mismos”.
Para ser más precisos, en aquella serie, un anfitrión todo poderoso (el señor Roarke) recibía a turistas ilusionados que llegaban en avión (hidroplano) a la Isla para que les fuesen cumplidos sus deseos. Cabe precisar que, ante el avistamiento de la aeronave, el asistente del anfitrión (Tattoo) repiqueteaba una campanilla avisando la llegada de los invitados gritando “¡El avión, el avión!”.
Esa voz era la señal clara y concreta para dar paso a que todos los habitantes de aquella tierra emergida del “mar” se alistaran y se pusieran a disposición para recibir a los visitantes deseosos de sus sueños; para posteriormente, recibirlos con coronas de flores y hacer a su placer todo lo necesario para que los deseos de aquellos “turistas” se escenificaran en situaciones vitales de ilusión, convirtiéndolas en “realidad”.
Las lecciones que nos dejó aquella serie de televisión diseñada para los adultos que desean cumplir sus expectativas a costa de todo fueron variadas, tal vez una de las más importantes es que, las pretensiones desmedidas de las personas ignoran la realidad de quienes lo rodean, y que los caprichos son la fuente de todos los infortunios que dejan de mirarse a cambio del placer personal.
Si usted querido lector no recuerda esa serie, es porque seguramente es muy joven. Sin embargo, también es cierto que hay un amplio segmento de lectores que compartirían conmigo la posibilidad de hacer una penosa analogía de esa serie de televisión en comparación con lo que sucede en nuestra democracia.
Es así como un grupo de guionistas, a través de un anfitrión – pensemos en el titular del poder ejecutivo –, aprovechan los deseos de las personas para ofrecerles “cumplimiento”, para ser atraídos y sumados a una causa bajo la promesa de que pase lo que pase se les cumplirá “el cambio” bajo la condición de confiar desmedidamente, ello muy a pesar del peligro que implica empoderar al anfitrión de forma excesiva; sacrificando con ello derechos y toda realidad controvertida, pues el objetivo concreto del anfitrión es “ilusionar”.
Para ello, el anfitrión utiliza todos sus recursos a su alcance. Somete al resto de los poderes al viejo modelo del presidencialismo de los años 70s, donde la “administración pública” es el factótum del movimiento económico y político del país.
En aquella “isla de la democracia” conviven todas y todos los que apoyan, empresarios, políticos y ciudadanos, que nostálgicos por la grandeza del pasado, corroboran que no pueden distanciarse de quien ostenta el poder; pues hacerlo pone en riesgo sus fortunas, el perdón de sus pecados, el olvido de sus crímenes o la posibilidad de ser impulsados a un cargo público. Vaya, de ser tratados bajo aquella máxima que dicta “a mis amigos: justicia y gracia; a mis enemigos: justicia a secas” (Juárez).
En este contexto de guiones y polarización, de simbolismos y política, bien podría uno imaginar que la inauguración del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) es un capítulo más de “La Isla de la Fantasía”. Donde el gran anfitrión, el poder del presidencialismo mexicano, convoca a ciudadanos entusiastas a que vean incrédulos cómo se cumple una de sus fantasías al grito de “¡El avión, el avión!”. Al tiempo de que el evento se llena de todos aquellos códigos y simbolismos de la vieja política mexicana que están más vigentes que nunca. Donde la verdad convierte a uno en oposición, y a la oposición en golpistas.
Lo trágico de “La Isla” es que, tarde o temprano, las pretensiones desmedidas confabulan para ignorar las realidades de todo lo que nos rodea. Tal vez por eso los caprichos del presidente “han dado un paso al frente” enfocándose en saciar el morbo de las audiencias; en rifar el avión, en eliminar a los pluris, en derrocar al “INE opositor”, en descalificar el posicionamiento de las asociaciones civiles, en desmantelar a los “Organismos Autónomos”, en tanto que, un tsunami de inseguridad y violencia devora la isla.
Vladimir Juárez. Analista Político. Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @Integridad_AC @VJ1204