Por Iván Arrazola Cortés. Publicado en ContraRéplica.
La relación entre México y Estados Unidos ha estado históricamente marcada por una dinámica asimétrica, en la que la diplomacia mexicana ha oscilado entre la resistencia y la prudencia frente a las presiones de su vecino del norte. En los últimos días, el gobierno mexicano ha insistido en la importancia de mantener la cabeza fría ante Donald Trump, adoptando una estrategia que busca evitar un conflicto con un actor impredecible que mantiene latente la amenaza de imponer aranceles.
Con esta postura, México pretende evitar una guerra comercial similar a la que ya se ha desencadenado con Canadá y la Unión Europea, quienes han respondido a las medidas de Washington con sus propios aranceles.
En el corto plazo, esta estrategia de cooperación ha sido reconocida por el gobierno estadounidense y podría rendir frutos. Sin embargo, la gran interrogante es si podrá sostenerse en el largo plazo, especialmente considerando que Washington ha dejado claro que una de sus prioridades es repatriar la mayor cantidad posible de empresas a su territorio. Esta política pone en riesgo los procesos de relocalización, una de las principales apuestas del gobierno mexicano para fortalecer su economía.
Además, un factor clave que no puede ignorarse es la estrategia de Estados Unidos para reducir el comercio de sus socios con China. Aunque el intercambio comercial entre México y China sigue siendo menor en comparación con el volumen de negocios con Estados Unidos, su importancia es creciente. Si las relaciones entre México y su principal socio comercial se tensan, la diversificación de mercados será más que una opción, una necesidad estratégica.
En este contexto, la dependencia excesiva de una sola economía deja a México en una posición vulnerable ante presiones políticas y económicas, como la imposición de sanciones, aranceles o cambios en las reglas del comercio bilateral. Y la situación se complica aún más con la inminente revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), donde Canadá ya ha manifestado su intención de negociar directamente con Washington.
Frente a este panorama, la pregunta es inevitable: ¿qué hará México? ¿Cómo responderá si la amenaza de aranceles se concreta o si la incertidumbre provoca una desaceleración económica? ¿Existe un plan real para diversificar las exportaciones y reducir la dependencia de Estados Unidos, o el país seguirá atado a una economía que también enfrenta riesgos por su propia volatilidad?
Si bien la estrategia de cabeza fría puede ser efectiva para reducir tensiones y mantener el diálogo abierto, también plantea un dilema: ¿hasta qué punto evitar el conflicto puede interpretarse como una señal de debilidad?
El gobierno estadounidense ha justificado la posible imposición de aranceles con argumentos de seguridad, citando el tráfico de fentanilo, la migración indocumentada y el control territorial de los cárteles en México. Estos factores, más allá de lo comercial, representan una presión política constante sobre el gobierno mexicano, que se ve obligado a ofrecer resultados concretos en estos temas. Además, la amenaza de aplicar medidas más drásticas sigue latente y podría materializarse en cualquier momento si la situación se agrava.
Hasta ahora, a pesar de las conversaciones telefónicas entre Sheinbaum y Trump, no se ha establecido con claridad qué tipo de acuerdos podrían alcanzarse. La crisis de inseguridad en México persiste y, aunque Estados Unidos ha reconocido una reducción en el tráfico de drogas hacia su territorio, las reglas pueden cambiar en cualquier momento, manteniendo el clima de incertidumbre.
Si bien mantener la cabeza fría puede ser una estrategia efectiva a corto plazo, la verdadera incógnita es hasta qué punto el gobierno mexicano podrá sostener esta dinámica sin comprometer su soberanía o su posición en la negociación. Evitar la confrontación directa puede ayudar a distender el ambiente, pero si en el mediano plazo no se establecen compromisos claros y se exige su cumplimiento por ambas partes, esta postura corre el riesgo de interpretarse como una señal de sumisión ante las presiones externas.
Por ahora, solo queda esperar hasta el 2 de abril fecha en la que Estados Unidos impondrá aranceles recíprocos para ver si está medida también afectará a México. Por lo pronto, más allá de esa fecha, el verdadero desafío para México será definir hasta dónde puede ceder sin perder margen de maniobra y, sobre todo, sin hipotecar su futuro económico y político ante las decisiones de su principal socio comercial.

Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A. C. @ivarrcor @integridad_AC