Por Madgiel Gómez Muñiz. Publicado en Integridad Ciudadana.

En un mundo que se mueve a una velocidad vertiginosa, donde la inmediatez domina nuestras vidas y los vínculos tradicionales de comunidad y cohesión social se desvanecen, hoy por hoy estamos en un contexto social en el que importa más cómo te veas que cómo te sientes. Cada vez más personas toman decisiones conscientes sobre dónde vivir, buscando una mejor calidad de vida.

Las ciudades mejor valoradas no solo destacan por su modernidad o belleza, sino porque ofrecen a sus habitantes ventajas reales y tangibles que impactan positivamente su bienestar diario. Reflexionar sobre estas cualidades nos invita a comprender la importancia de trabajar colectivamente para que más ciudades puedan alcanzar estos altos estándares de habitabilidad y calidad de vida.

Primero, una de las bondades más importantes es el acceso a oportunidades laborales. Las ciudades que están en los primeros lugares tienen economías fuertes y diversificadas, lo que significa más empleos, mejores salarios y mayor posibilidad de crecimiento profesional. Esto genera un círculo virtuoso: más empleo lleva a mayor desarrollo personal y familiar, y eso se refleja en la felicidad y estabilidad social.

En segundo lugar, vivir en una ciudad mejor clasificada garantiza una mejor calidad en los servicios públicos. Esto incluye desde la salud hasta la educación, pasando por el transporte público y espacios culturales. Tener acceso cercano y eficiente a hospitales, escuelas y medios de transporte no solo facilita la vida cotidiana, sino que también reduce el estrés y mejora el bienestar general de la población.

Un tercer beneficio fundamental es el cuidado del medio ambiente y la calidad del espacio urbano. Las mejores ciudades se preocupan por tener aire limpio, parques y zonas verdes, infraestructuras sostenibles y un urbanismo que favorece la movilidad y la convivencia. Esto contribuye a un entorno más sano y armonioso, lo que repercute en nuestra salud física y emocional.

Ahora bien, es fundamental considerar un aspecto que el urbanista Tom Angotti destaca como la «falacia urbana»: la creencia errónea de que los problemas urbanos se resuelven sólo con cambios en la estructura física o el diseño de la ciudad. Angotti nos advierte que los verdaderos desafíos no están exclusivamente en el espacio urbano, sino en las relaciones económicas y sociales que lo sustentan, que muchas veces reflejan dinámicas capitalistas profundas. Por tanto, mejorar una ciudad no es solo una cuestión de hacerla más moderna o limpia, sino de atender las desigualdades, exclusiones y tensiones sociales que existen dentro de ese espacio.

Para que más ciudades puedan alcanzar los estándares de calidad y evitar caer en esta falacia, los gobiernos deben impulsar políticas públicas claras y efectivas que promuevan la inversión en infraestructura sostenible, la seguridad ciudadana y la accesibilidad universal a servicios de salud y educación. Pero estas deben ir acompañadas de un compromiso social y económico que atienda las causas estructurales de inequidad que atraviesan nuestras ciudades.

Dr. Magdiel Gómez Muñiz Colaborador de Integridad Ciudadana, Profesor Investigador de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC