Por Armando Alfonzo Jiménez / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México
La legitimidad de poder público dimana de la idea de que es la encarnación del pueblo y se instituye para su beneficio. La historia de las ideas políticas no se quedó estacionada en Francia
Uno de los legados de la Revolución francesa fue la creación de la ficción jurídica política llamada soberanía popular. Desde hace más de 200 años, muchas naciones han asumido como principio fundamental que la soberanía reside esencial y originariamente en el pueblo. El artículo 39 de nuestra Constitución recoge esta fórmula.
La legitimidad de poder público dimana de la idea de que es la encarnación del pueblo y se instituye para su beneficio. La historia de las ideas políticas no se quedó estacionada en Francia. Posteriormente, se han dado sucesos y se ha enriquecido el debate intelectual sobre todos los temas. Dentro de esas corrientes ideológicas habrá que remontarnos a los neoconstitucionalismos y a otras perspectivas afines.
Derivado de la Segunda Guerra Mundial, por virtud de las atrocidades cometidas por Adolfo Hitler y sus secuaces, se dejaron clara varias lecciones para la humanidad, aunque no pocas veces se pasan por alto. Recordemos que el partido nazi contaba con la mayoría en la Asamblea Legislativa de Alemania de ese entonces y tenía a un líder muy carismático como lo fue Hitler. Basados en la mayoría expidieron las Leyes de Nuremberg de 1935, que posibilitaron considerar al pueblo judío como enemigo y se le dio sustento jurídico a su exterminio. Más de 9 millones de judíos fueron asesinados.
Las mayoría pueden cometer errores. Incluso, el poder más democrático no es infalible. Además, que a partir de ese momento histórico se constituyeron como eje fundamental de la dinámica constitucional los derechos fundamentales: una cláusula pétrea o esfera de lo indecidible como dice Luigi Ferrajoli.
Los derechos de las minorías se visibilizarían y la idea de pueblo ya no sería uniforme. La pluralidad tomaría gran relevancia: las minorías de hoy pueden ser las mayorías de mañana. Aunque las mayorías suelen ser representadas por algún partido político no necesariamente son fiel reflejo de las pretensiones, los intereses, los proyectos y los anhelos de los diversos grupos de la sociedad. Las naciones de hoy, como la mexicana, son un gran mosaico de expresiones culturales, políticas, religiosas, ideológicas y económicas.
Bajo esa tónica, en Europa se ha discutido si la soberanía se traslado del pueblo a la Norma suprema, es decir, todo poder debe estar sujeto a las reglas de la ley fundamental y está obligado a garantizar cabalmente el cumplimiento de los derechos humanos.
Eso no depende del voto mayoritario. El jurista italiano Gustavo Zagrebelsky afirma que derivado de la pluralidad y de las alternancias partidistas en el poder público, no puede haber en un Estado una fuerza superior que se imponga sobre las demás manifestaciones de la sociedad.
Por tanto, lo que debe prevalecer no es una soberanía constitucional sino una Constitución sin soberano: Que todos actúen conforme a las directrices, valores y principios que determine la Carta Magna y que sean plenamente respetados los derechos de todos sin excepción.

POR ARMANDO ALFONZO JIMÉNEZ / Constitucionalista y Secretario Ejecutivo del INAP / @ARMANDOALFONZO