Por Madgiel Gómez Muñiz. Publicado en ContraRéplica.

Muchos coincidirán con la siguiente afirmación: José Guadalupe Posada fue el pionero de la caricatura política en México, con pluma y papel hizo gala de su genio creador; y en cada imagen fusionó -desde la prolija imaginación- denuncia, crítica social y resistencia civil.

Quizá (y sin tener certezas se puede sostener que) los caricaturistas políticos reviven a Posada en cada trazo, haciendo particularmente efectiva una metodología de análisis que permite al observador develar el fenómeno del poder, el sistema de pesos y contrapesos, así cómo, el funcionamiento de las élites y las asignaturas pendientes de los grupos gobernantes. Creo que la caricatura política es el verdadero espíritu de la democracia, además de ser particularmente efectiva al dejar visible las crisis institucionales, la injerencia extranjera (no lo digo por Trump), el populismo y la desigualdad.

En el contexto latinoamericano, la caricatura política ha denunciado escándalos de corrupción por decir lo poco, bajo esa lógica, se erige como un mecanismo de comunicación y/o un dispositivo de poder simbólico que opera dentro del espacio público. Con las diferentes aproximaciones sociosemióticas permite identificar las narrativas dominantes y fomenta los mecanismos de resistencia tan eficaces como las más recalcitrantes manifestaciones colectivas.

Habría que preguntar a Alarcón, Paco Baca, Boligán, Darío, Kemchs, Obi, Perujo, Rictus, Waldo, entre muchos otros si los mecanismos de contención, control formales e informales forman parte del espectro del accountability que tanta falta nos hace para señalar aquellos que se refocilana abusando del espacio político, que, dicho sea de paso, es el espacio de todos y cada uno de los que habitamos el terruño azteca. Y no se trata solo de informar o satirizar, sino que los contrapesos simbólicos emanados del escrutinio mantienen viva la crítica política.

Solía recortar las caricaturas de Rius durante el sistema de partidos hegemónico que le dio al PRI sistema, el mito oficialista de ser el partido de las democracias y del sentir ideológico de solidaridad junto con arquetipos de liderazgo que se desnudan al paso de los gigantes de la caricatura. Con eso, construir una composición sobre la dictadura del PRI y la negación de ser parte de un sistema necropolítico de corrupción.

Huelga decir que, no hay opacidad permanente ni blindaje institucional para el caricaturista que comprende y huele los códigos ocultos de aquellos que les gusta navegar al margen de la ley. Así que no solo estamos informados los que consumimos caricatura política, sino que también, a partir de ella, se pueden construir marcos de interpretación de la realidad que supera la ficción.

Después o antes de la nota periodística, la caricatura política opera en el nivel de la emoción despertando, ironía, burla, indignación, reclamos al contexto de abrir espacios para el debate crítico y más allá de ser humor gráfico es un artefacto político para entender cómo se responde a la legitimidad entre Estado y sociedad.

Sea pues, este un testimonio a todos aquellos que conquistan en cada trazo información que se vuelve oro en los anales de la memoria histórica. Salud y larga vida a la libertad de expresión que aún se respira en nuestros territorios. Al tiempo.

Dr. Magdiel Gómez Muñiz Colaborador de Integridad Ciudadana, Profesor Investigador de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC