Por Madgiel Gómez Muñiz. Publicado en ContraRéplica.
“Cuando tu pelo se vista de canas.
Y ya no sepa tan dulce la miel”
Josean Log
El aumento de la población adulta mayor plantea nuevos desafíos en las agendas públicas que exigen respuestas funcionales para hacer frente a los ecosistemas que se avecinan en la próxima década. Desde diversas ópticas, el debate se visibiliza con una serie de obstáculos que ralentizan un tránsito funcional entre calidad de vida y bienestar social.
Para el 2050 se espera que el porcentaje de adultos mayores se duplique pasando del 12% al 22% a nivel mundial, y se tiene la expectativa de que el 80% de las personas mayores vivirá en países de ingresos bajos y medianos, aunado a que en el 2020 el número de personas mayores de 60 años superó al de niños menores de cinco años, según la Organización Mundial de la Salud.
Con estos indicadores, resulta indispensable promover un enfoque que integre narrativas en torno a ejes que deben redimensionarse para enfrentar este reto. Por ejemplo, no es posible sostener éticas de cuidado o fomentar una interdependencia multigeneracional cuando las instituciones del Estado han pospuesto la inclusión de las minorías en el debate sobre la democracia deliberativa; además, la justicia generacional continúa “durmiendo el sueño de los justos”.
Independientemente de los retos que deben enfrentar los gobiernos con respecto a las unidades domésticas, es fundamental no omitir un principio esencial: el adulto mayor debe ser tratado con dignidad y respeto, de lo contrario, cualquier iniciativa se reduciría a una participación simbólica en actividades sociales superficiales; en el peor de los casos, se corre el riesgo de cosificar al envejecimiento, viéndolo solo como un proceso de pérdida en lugar de reconocer el valor, la experiencia y el potencial humano que acompañan a esta etapa de vida.
Traducido en palabras simples y llanas, se debe garantizar un marco donde las necesidades de la senectud se coloquen al centro de la discusión con un enfoque que priorice no solo la atención a la salud física, sino también al bienestar emocional, especialmente frente al riesgo de soledad y aislamiento social. La ética del cuidado obliga a tender puentes de comunicación para una aproximación respetuosa y empática que se traduzcan en políticas públicas para el fortalecimiento de las agendas.
Bien valdría la pena recordar a los legisladores que, los derechos del adulto mayor (tanto en el ámbito federal como en el local), se deben alinear para iniciar una gran cruzada de sensibilización comunitaria sobre el acompañamiento integral de largo aliento. Solo así, se podría creer en programas que promuevan un aprendizaje significativo que fomente sentido de pertenencia; esto incluye garantizar el acceso a recursos y oportunidades que permitan vivir con dignidad.
A manera de lección aprendida y desde una iniciativa interdisciplinar, la puesta en marcha de un observatorio para la soledad y el aislamiento social permitirá aportar datos sobre las necesidades de esta población, mediante la colaboración con instituciones académicas y organizaciones no gubernamentales para entender mejor el fenómeno.
Hoy por hoy, las contribuciones de la Red Internacional de América Latina, Europa y El Caribe Red-ALEC, la Universidad de Guadalajara desde el Cuerpo Académico Consolidado 562: “Educación, políticas públicas y desarrollo regional”, así como investigaciones en Portugal nos posicionan para iniciar 2025 con una gran apuesta: implementar estudios longitudinales que analicen el bienestar de las personas longevas en diversas comunidades. Porque envejecer es un derecho, cuidemos a quienes nos han dado tanto. Al tiempo.
Dr. Magdiel Gómez Muñiz Colaborador de Integridad Ciudadana, Coordinador del Doctorado en Ciencia Política del Centro Universitario de la Ciénega – UDG. Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC