Por Manuel Cifuentes Vargas. Publicado en Etcétera.

VI. pasajes de algunos actores político-militares.

En este apartado me voy a referir a unas figuras políticas polémicas y a otras plenamente aceptadas por la narrativa oficial, así como a algunos hechos circunstanciales ocurridos durante la germinación, nacimiento e iniciales pasos de la República Federal. Los personajes son Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón; Guadalupe Victoria (su nombre de pila es José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix); Vicente Ramón Guerrero Saldaña y, bueno, aunque de José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra ya hablamos en el capítulo anterior, vale traer a este espacio otras partículas sobre él. Empecemos.

  1. No estoy saliendo en defensa de toda la trayectoria de López de Santa Anna. Sé y me queda clara la animadversión y malestar que genera su paso por el escenario político nacional, y hay razón para ella por su comportamiento político caprichoso entre mediados y finales de su carrera pública. Pero en esta ocasión me voy a referir al López de Santa Anna de los principios de su carrera militar y política; de la que poco se habla y que por eso en alguna medida se desconoce; del de sus primeros pasos por estas lides. Esto es, al López de Santa Anna coadyuvante de la consumación de la Independencia del país; al de la figura pivote y que primero dio la cara, junto con otras, hoy celebridades, con el levantamiento armado contra el emperador Agustín de Iturbide y del Imperio instaurado; al del restablecimiento del Congreso Constituyente de 1822; al de los méritos y medallas ganadas a pulso en los campos de batallas reales, y no de colorete o casi virtuales, por zoom diríamos en el lenguaje tecnológico moderno, solo con el micrófono y el mando a distancia.

No al Antonio López de Santa Anna aborrecido y vituperado por los yerros que cometió; y definitivamente que si los tuvo en su caminar durante la pubertad del país; pero también a veces magnificados algunos de ellos por ideologías y posicionamientos políticos, que a veces  se extienden incluso hasta la academia, porque, como siempre sucede, solo se engrandece lo malo que hizo, pero no se destaca lo bueno que aportó; de tal suerte que hubiera un mayor equilibrio y objetividad en los juicios sobre su actuación en la vida pública.

Por mal que se haya portado después de sus primeras andanzas, porque sí se equivocó y cometió errores (como siempre ha sucedido con muchos servidores públicos) en varios renglones durante el cenit y en la senectud de su carrera pública, dejando fuera pasiones políticas, no podemos ser mezquinos y regatearle el mérito que tiene en el nacimiento y en la colocación de las primeras piedras de la edificación del país. Por eso traigo aquí alguna huella de su temprana vida pública.

El también jugó un papel importante, para bien, en el surgimiento e infancia del país, pues a la llegada de Juan José Rafael Teodomiro de O´Donojú y O’Ryan al Puerto de Veracruz, fue su primer contacto con el movimiento libertario y el enlace para la comunicación y primera entrevista con Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburo y, por ende, para el desenlace de la independencia de México. Combatió y salió airoso, a los primeros intentos de la recuperación del país por parte de los españoles en el Puerto de Veracruz. Después se levantó en armas y enarboló el movimiento y Plan de Veracruz del 6 de diciembre de 1822, con otras personalidades que abajo mencionaremos, en contra de Agustín de Iturbide y que detonó la caída de éste, así como la desaparición del Imperio, para dar cauce a la creación de la República, entre otros fragmentos de su historia de vida.

  1. Solo para recordar. No hay que olvidar que los dos primeros presidentes de la República Mexicana salieron de la pasada insurgencia. Estos fueron Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Los dos militarmente descendientes de José María Teclo Morelos Pavón y Pérez, quien por encargo de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, comandaba el ejército insurgente del sur.

No obstante que en los inicios del Imperio Guerrero formó parte de la nomenclatura militar del Imperio de Iturbide, consecuencia del pacto que hicieron para consumar la Independencia, finalmente Victoria y Guerrero se unieron con Antonio López de Santa Anna en el levantamiento armado de Veracruz contra el emperador, a cuyo triunfo y la eliminación del Imperio, el Congreso Constituyente de 1822-1823 los nombró integrantes del triunvirato encargado del Poder Ejecutivo Provisional con coloración republicana, y al fundarse constitucionalmente la República Federal en 1824, primero Guadalupe Victoria y después Vicente Guerrero, fueron electos presidentes de la República. Solo habría que mencionar que, por lo visto, ya por estos tiempos seguramente había despuntado poco más Guadalupe Victoria en el ambiente político, pues en el triunvirato fue miembro titular de éste y después el primer presidente del país, mientras que Guerrero fue integrante suplente de dicho ejecutivo colegiado y posteriormente, después de salvar algunos escollos político-electorales, el segundo presidente de la República. En estos dos ex insurgentes estuvo el primer gobierno republicano en los principios del país.

Guadalupe Victoria en su gobierno tuvo tres vicepresidentes. Por cierto, al igual que Victoria, los tres habían formado parte del Poder Ejecutivo Provisional colegiado de transición que antecedió a la Presidencia de Guadalupe Victoria. El primero fue Nicolas Bravo Rueda, quien también posteriormente llegaría a ser presidente de la República; José Mariano Michelena, y después Vicente Guerrero, estos dos últimos por un periodo corto. Guerrero fue el tercero en turno de los vicepresidentes, y de ahí brincó a la Presidencia.

Así, podríamos decir que la Presidencia de la República recayó, primigeniamente, en luchadores insurgentes, y después se la irían alternando entre ex insurgentes y ex realistas, las más de las veces a fuerza de política y armas, por lo que muchos gobiernos fueron fallidos al no concluir su respectivo periodo presidencial. Sin embargo, no hay que dejar de anotar, que el primer gobierno al independizarse el país, también fallido, fue de estampa imperial, el cual recayó en un ex realista: Agustín de Iturbide. En esta temprana edad del país, el único que terminó su periodo de gobierno, al parecer sin mayores contratiempos, fue el de Guadalupe Victoria.

Ahora bien, otros pasajes que podemos apuntar, es que el primer gobernante de la historia del México independiente, revestido de Imperio, fue Agustín de Iturbide, de raíz criolla. El primer presidente de la República Mexicana fue Guadalupe Victoria, de genes mestizos y el primer presidente de la República de origen afromexicano fue Vicente Guerrero. Ellos tres en ese orden sucesivo, apenas durante los primeros pasos del país. Después tendríamos una suerte de alternancia genética en la presidencia de la república, hasta llegar a Benito Juárez García, quien fuera el primer presidente del país de sangre indígena.

El triunvirato fue rotatorio. Eran tres titulares y tres suplentes y a falta de un titular entraba en funciones el suplente correspondiente. Guerrero tenía el carácter de suplente; sin embargo, a la apertura de sesiones del Congreso Constituyente asistió el Poder Ejecutivo Provisional, entre quienes iba Guerrero como uno de sus miembros titulares de éste en ese momento, como se podrá ver, por los datos asentados en el acta respectiva de la sesión del día 7 de noviembre de 1823.[1]

  1. A Servando Teresa de Mier lo han satanizado algunas voces y plumas, unas incluso inteligentes, pero sobre todo en el discurso gobiernista barruntado de una narrativa oficialista epopéyica, por convenir así a la mantención de una línea política oficial por el formato federal que se instauró y todavía actual, aunque en el ejercicio de la realidad política sea más virtual que real.

En otro espacio ya hemos dicho que José Miguel Rafael Nepomuceno Ramos de Arreola y Arizpe presidió la Comisión de Constitución del Constituyente de 1824. Este pasaje lo traigo a propósito solo para apuntar que curiosamente Mier no formó parte de la Comisión de Constitución de este Congreso, no obstante que fue constituyente del Congreso de 1822-1823; miembro de su Comisión de Constitución y que, como tal, en términos coloquiales, “arrastró el lápiz” junto con otros diputados en la preparación del proyecto del “Plan de la Constitución Política de la Nación Mexicana”, que heredarían al siguiente Congreso Constituyente de 1823-1824. Las Crónicas de este último Congreso no registran si hubo alguna causa por la que no formó parte de dicha Comisión. Habría que investigar cuales fueron las razones. ¿Acaso oliendo ya el sentido en que navegaría la manufactura de la nueva Constitución que daría a luz este Órgano Constituyente, dirección con la que no estaba de acuerdo, habrá sido el motivo? Es solo una conjetura mía.

En las Crónicas del Congreso Constituyente no aparece registrada la fecha en que se constituyó la Comisión de Constitución ni la manera de cómo se formó ésta. Es hasta cuando Ramos Arizpe presenta y lee el Proyecto de Acta Constitutiva cuando dice quienes la integraban. Lo más cercano al respecto es cuando Ramos Arizpe hizo uso de la tribuna en la sesión del 17 de noviembre de 1823, para comentar que “la comisión de constitución tan luego como ha podido, ha comenzado los trabajos que el Soberano Congreso al nombrarla por medio del Sr. Presidente y secretarios, impuso sobre sus débiles, hombros, y ha multiplicado sus sesiones por mañana, tarde y noche: deseaba con este trabajo arduo presentar a la patria, por medio de sus representantes, una acta constitutiva, que sirviendo de punto de unión a todas las provincias y a todos sus habitantes, formase una verdadera patria, y que constituyéndola al mismo tiempo, y dándole toda la energía que es necesaria al gobierno nacional, nos pusiese a la vista de todo el universo, bajo el aspecto de una nación fuerte y poderosa. No ha sido posible presentarla para este día como se había lisonjeado antes; pero redobla sus fatigas y sus sesiones, y cree que podrá satisfacer la expectación general, y la de la nación, el jueves o viernes de esta semana. Me ha parecido exponerlo así, tanto para que la comisión tenga la satisfacción de manifestar los vivos deseos que tiene de corresponder a sus obligaciones; como para que esta noticia pueda difundirse y producir algunas utilidades y ventajas.”[2] Y en efecto, el proyecto se presentó y lo leyó en la sesión del 20 del mismo mes y año.[3] Luego entonces, la decisión de la composición de esta Comisión la tomaron quienes formaban la Mesa Directiva del Congreso en esos días.

No podemos dejar pasar por alto que Iturbide se quejaba amargamente de que el Congreso Constituyente de su tiempo; el que nació con el Imperio, como se dice en el argot popular, no hacía su “chamba”, y tenía razón. Pero quizá no intuía que el Congreso, a propósito, se resistía a hacerla porque, como confiesa Servando Teresa de Mier en su discurso del día 11 de diciembre de 1823 en el Congreso Constituyente de 1823-1824 en defensa de la implantación de un federalismo moderado, no querían avanzar en hacer la Constitución para no darle apoyo ni viabilidad a su gobierno, toda vez que ya había desencuentros con él y, al parecer, ya pululaba y “traían entre manos” otra idea, como reza el dicho popular. Aquí están sus literales palabras de puño y letra: “… resolvimos trabajar inmediatamente un proyecto de bases constitucionales, el cual diese testimonio a la nación, que si hasta entonces nos habíamos resistido a dar una constitución, aunque Iturbide nos la exigía, fue por no consolidar su trono; pero luego que logramos libertarnos y libertar a la nación del tirano, nos habíamos dedicado a cumplir el encargo de constituirla.”[4]

En la lupa retrospectiva de Emilio Rabasa, para el Constituyente de 1824 “ya no había de otra”, toda vez que, como escribe, “… hay que destacar que se presentaron verdaderos movimientos independentistas en Yucatán, Querétaro, Puebla, Zacatecas y Jalisco, …”. Más adelante dice que “Jalisco fue contundente en su declaración de independencia y soberanía, casi como si se tratara de una nación dentro de otra. En otras palabras, aunque es cierto que se presentó una gran dependencia centralizadora de la metrópoli ibérica con respecto a la Nueva España, al venir la independencia hubo un verdadero desbordamiento de autonomías, especialmente en Jalisco, Zacatecas y Yucatán.”[5]

Para justificar y defender el prototipo de federalismo que finalmente delineó en la Constitución el Congreso Constituyente de 1824, y apoyándose en los hechos narrados en el párrafo antecedente, Emilio Oscar Rabasa Mishkin retoma el argumento de la “voluntad general”[6] esgrimido por los federalistas radicales, para señala que fue la “voluntad general” la que se expresó, aunque consiente que ésta estaba impregnada de otras ideas y experiencias avanzadas del momento, como lo eran las estadounidenses.  

No obstante, hay que subrayar que esa “voluntad general” no era tan general; esto es, única ni total del país, pues no todas las provincias estaban en rebeldía en ese instante político, ya que, como él da cuenta, las provincias que en ese momento estaban rebeldes y “alebrestadas”, eran las que apunta. Luego entonces me pregunto, ¿podríamos pensar en estricto sentido que era la “voluntad general” o, en todo caso, una “voluntad parcial”; la de un determinado segmento político beligerante provincial que amenazaba con la “balcanización” del país? Bueno, pero finalmente, como luego se dice, haya sido como haya sido, esta fue la fórmula que se encontró de momento para evitar la temprana descomposición territorial del país.


[1]. Acta Constitutiva de la Federación. Crónicas. Edición de la Cámara de Diputados. XLIX Legislatura. México. 1974. PP. 55 y 58.

[2]. El presidente del Congreso en esos días era José Miguel Guridi y Alcocer, vicepresidente Tomás Vargas, secretarios Francisco María Lombardo, José Mariano Castillero, Florentino Martínez y Víctor Rafael Márquez, quienes fueron electos en la Cuarta y última Junta Preparatoria para la instalación del Congreso celebrada el 5 de noviembre de 1823, para formar la primera Mesa Directiva del Congreso. Ob. Cit. PP. 49, 50, 77 y 80.

[3]. Ibidem. P. 93 y 95.

[4]. De Mier, Servando Teresa. Ob. Cit. P. 281.

[5]. Rabasa, Emilio Oscar. Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, 1824. Análisis jurídico. En “México y sus constituciones.” Segunda edición. Fondo de Cultura Económica. Sección de Obras Políticas y Derecho. México. 2003. PP. 93 y 94.

[6]. Este argumento de la “Voluntad General” aplicado al México de aquellos tempranos tiempos, lo rebate Servando Teresa de Mier en su discurso del día 11 de diciembre de 1823. Ob. Cit. PP. 284 – 286.

MANUEL CIFUENTES VARGAS

Doctorante en Derecho por la UNAM.