Por Manuel Cifuentes Vargas. Publicado en Integridad Ciudadana.
Falló la Corte Suprema. No pudo o no quiso. Consumatum Est. De los once ministros que la integran, se requerían ocho votos de sus integrantes para tener la mayoría calificada que el tema requería para ser aceptado y aprobado el proyecto de resolución de la Acción de Inconstitucionalidad de la reforma judicial, pero solo hubo siete a favor y cuatro en contra. El octavo voto inesperadamente no llegó. Fue una sorpresa, porque el escenario que se tenía era favorable, pero al final del día, fue de tristeza y desilusión, y porque no decirlo, hasta de malestar y coraje. Motivos del octavo ministro se especulan varios. Aunque él los desmienta, lo cierto es que cambió repentinamente su voto contra lo que se esperaba.
Además de fiel guardián del orden constitucional, me parece que la Suprema Corte estaba obligada a hacerlo por todo el Poder Judicial, pero con más razón lo estaba, porque no solo se trataba de la Constitución, del Estado de Derecho, de la democracia, de los derechos humanos, de su alta investidura y de su alta nomenclatura impartidora de justicia, sino también de la composición de su propia estructura orgánica y de todo su capital humano. De esta manera, también se atropelló al propio Poder Judicial Federal.
Fue un muy duro golpe directo al cerebro y al corazón, episodió del cual, como otros que ya se han vivido, tardará algún tiempo para salir del asombro, sanar y recuperarse para volver a empezar. Decimos que falló la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero no nos referimos a ella como institución, sino a los cuatro de sus miembros que votaron en contra del proyecto. Ante lo claro y obvio, no se necesita ser ministro de la Corte Suprema. Hasta un muchacho de licenciatura, con claridad pudo ver la inconstitucionalidad y los vicios en su modificación.
En su trayectoria de dos siglos, la Corte Suprema a contado con ministros muy ilustres que le dieron renombre, pero además porque algunos fueron creadores de nobles instituciones jurídicas, por lo que ahí están no solo sus imágenes en homenaje a su insigne recuerdo, sino también su espíritu. Por eso viven en ese recinto y en los anales de esta institución. En sus gruesas paredes pétreas se siente la solemnidad y sabiduría jurídica que, con su recia presencia y voz, vertieron por la nación. La de estos últimos años, es la página más sombría de su historia, la cual, paradójicamente, se está escribiendo en la celebración de los 200 años de su creación. El origen de esa obscura noche que vive ha sido por el duro e incesante golpeteo político, como nunca, a que ha sido sometida en estos años.
Ante las tercas violaciones contumaces a la Constitución, a la ley y a las resoluciones judiciales, así como el desprecio y ataque a esta institución judicial, habría que preguntarse: ¿los ministros son independientes y autónomos o no lo son? ¿Son fieles guardadores del orden constitucional o no lo son? ¿Son fieles intérpretes de la Constitución o no lo son? ¿los ministros son obedientes a la Constitución o a los otros poderes legales?
Y es que se observa que hay menosprecio por la Constitución; por la convencionalidad de la que es parte el país; por el Estado de Derecho; por los derechos humanos y por la democracia. Por cierto, democracia de la que ellos también son producto, de donde vienen y de la que son parte. De esa apertura democrática tanto como poder como ministros, porque fueron seleccionados democráticamente. Como poder y como ministros constitucionales que son, resultado de un proceso constitucional y de un mandato constitucional.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación, en su investidura de Tribunal Constitucional, es la vehemente guardián del dogma de la Constitución y última instancia institucional protectora de la misma.
Por eso, con motivo de esta imprevista decisión del Máximo Tribunal Judicial del país, aunque el texto que trae a propósito Pablo Hiriart se refiere al gobierno de Porfirio Díaz Mori, ve un cierto paralelismo en el tiempo, al escribir que “en 1903, Enrique Flores Magón colgó una manta en el balcón de las oficinas de El Hijo del Ahuizote, con la leyenda ‘La Constitución ha muerto’, y un moño negro.
“tres días después se publicó en el semanario de los hermanos Flores Magón:
“Doloroso nos es causar al pueblo mexicano la merecida afrenta de lanzar esta frase a la publicidad: ‘La Constitución ha muerto …’. ¿Pero por qué ocular más la negra realidad? ¿Para qué ahogar en nuestra garganta, como cobardes cortesanos, el grito de nuestra franca opinión? … cuando la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes y sobre la tumba de la Constitución se alza con cinismo una teocracia inaudita. (…). La Constitución ha muerto, y al enlutar hoy el frontis de nuestras oficinas con esta fatídica frase, protestamos solemnemente contra los asesinos de ella, quienes teniendo como escenario sangriento al pueblo que han vejado, celebren este día con muestras de regocijo y satisfacción.”
Manuel Cifuentes Vargas
Doctorante en Derecho por la UNAM.